LA MUERTE COMO FIN, Mateo 27:3-10

Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos.

—He pecado —les dijo— porque he entregado sangre inocente.

—¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú!

Entonces Judas arrojó el dinero en el *santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó.

Los jefes de los sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «La ley no permite echar esto al tesoro, porque es precio de sangre.» Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero, para sepultar allí a los extranjeros. Por eso se le ha llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el pueblo de Israel le había fijado, 10 y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.» NVI

muerte o vida            LA VIDA Y NO LA MUERTE es el fin que Dios tiene para el hombre. Ante él se levantan dos perspectivas del futuro, la oscuridad de la muerte o la semilla de la vida. En ese horizonte el reino de Dos irrumpe como un rayo de luz que ilumina la cruz de Jesús. Es un rayo de esperanza que disipa la oscuridad del hombre, su miseria, su pecado. ¿Dónde hemos puesto los ojos? Una y otra vez la mirada del hombre se pone sobre sí mismo, llenándolo todo y ocasionándole la muerte. Porque, parafraseando al poeta, “no hay dolor más grandes que el dolor de ser consciente de nuestro propio pecado”.

El hombre ¿su propio juez?

Judas es el anti-modelo del discípulo, eligió la muerte como su fin y terminó colgado de un árbol como costal de huesos. Se percató de su error cuando vio a Jesús juzgado, condenado y llevado ante la presencia del Procurador romano, a fin de que ratificara la sentencia del Sanedrín. Percatarse de su error lo llevo a una fútil y desesperada congoja. Se erigió en su propio juez, estimulado por la indiferencia de los sacerdotes.

El remordimiento es fruto de la conciencia que acusa ante el peso de la evidencia del propio mal, es acompañado de la frustración que conduce a la muerte. El remordimiento es verse reflejado en una imagen como le sucedió al célebre personaje de la novela El retrato de Dorian Gray. Impresión que Judas no pudo resistir, porque no hay dolor más grande que el dolor de percatarse de la propia miseria. Le sucedió a David cuando se vio reflejado en las palabras del profeta Natán, y le sucedió a Pedro cuando escuchó el canto del gallo. Hay una notable diferencia con la experiencia de Judas, David se percató de su pecado por la palabra del profeta, Pedro por la advertencia de Jesús, Judas por la acusación de su propia conciencia ante la evidencia de su traición. Cuando la palabra alumbra la conciencia, conduce a la vida a diferencia del remordimiento, que conduce a la muerte.

El hombre nada puede hacer por sí mismo para salvarse, incluso el cobrar conciencia de su miseria lo cual conduce por camino de muerte. Se le va la vida en un continuo proceso de auto culparse que cada vez lo sume más profundamente en un camino sin retorno: se pasa el tiempo observando fallas; sin dejar un espacio para la gracia que todo lo puede transformar. Este proceso tiene como fin la muerte.

El ego de Judas lo llena y fue barrera que lo separó de Jesús. Su ego produjo remordimiento, culpa y frustración y le condujo de la auto justificación a la auto condenación. ¿Hay que terminar colgado de un árbol y con las entrañas desparramadas por la tierra, para percatarnos del resultado que produce la auto condenación? Si el profeta ha dicho: “los muertos que vos matasteis, gozan de buena salud”. Bien podríamos decir ahora, hay quienes piensan que están vivos, pero sufren de muerte atroz. No es necesario expirar para estar muertos. Hay quienes ya se han juzgado y condenado a vivir una existencia sin propósito, sin horizonte, sin luz ni esperanza. Su autocastigo se ve en la frustración de su vida.

El hombre que vive adorando a su ego, no deja espacio alguno para Dios en su vida. Se acusa, se condena, y se castiga a sí mismo y es causa de su ruina; queriendo conservar su libertad no se liga totalmente a Jesús y queriendo vivir una religión barata, no asume compromisos. Se resiste a poner su vida en las manos de Dios.

La Vida como fin

El discipulado con reservas es su propia negación. Por ello, quien ha puesto su mano en el arado no puede mantener compromisos con el pasado, con el mundo, con el yo que todo lo ahoga. El discipulado es un camino que se inicia con el dolor de ser consciente del propio pecado. Una conciencia iluminada por el Espíritu de Dios que conduce al arrepentimiento y no al remordimiento que mueve a la conversión, a la senda angosta cuya puerta es Jesucristo. Para entrar por esa puerta hay que negarse a sí mismo. Porque la fe es don de Dios, que aunada al arrepentimiento, conduce a la vida.

El arrepentimiento no es una vuelta sobre sí mismo, como quien observa su miseria y se ahoga en ella, sino una vuelta a la gracia de Dios, sobre la base del ofrecimiento de la salvación en Cristo Jesús. Quien se arrepiente ve la luz del Espíritu alumbrar su horizonte y en él una cruz que es el precio de la salvación. Seguir al Señor, como afirmaba Crisóstomo, es desprenderse de toda preocupación en uno mismo. ¿Hay alguna bendición en pasarnos la vida observando nuestra propia miseria, culpándonos inmisericordemente o siendo indiferentes al pecado como los sacerdotes? La historia de Judas muestra con claridad como auto culparse tiene como fin la muerte, porque el arrepentimiento que es asumir el perdón y la gracia de Dios es promesa de Vida que se constituye en el fin de la vida.

La muerte de Cristo y su resurrección ya se han consumado en la historia de la humanidad. Permitir que se consumen en nuestra historia es decisión que germina vida en medio de la miseria de la muerte.

El discipulado con reservas no es discipulado y conduce a la muerte, porque el yo se antepone a Jesús. El discipulado es morir al yo para que Cristo viva y para que viviendo en él, genera vida en la dimensión del amor, la gracia y el perdón. ¿Por qué culparnos si Cristo es el perdón de Dios? ¿Por qué castigarnos si él llevó sobre sí nuestro castigo? ¿Por qué vivir en muerte si él murió para darnos vida? ¿Es que acaso seremos simiente de Abraham sin caminar en fe, pueblo de David sin vivir el gozo de la salvación? Hay que recordar que el fin de la vida del hombre no es muerte. Porque el juicio de Dios es para vida, no para muerte. Es un juicio dese la gracia, el amor y la misericordia. Por ello, cuando la Palabra llega a la conciencia del hombre, esta es iluminada por la vida y no oscurecida por la muerte (Cf. Salmo 16:11). El único que juzga es Dios, al hombre le compete arrepentirse y dejarse amar.

Jesús es ofrecimiento de vida, él es el horizonte del discípulo, porque la religión barata que elude el compromiso y la entrega sencilla y confiada, produce muerte. Hay que vivir en plena comunión con Dios, porque su propósito es que ninguno se pierda, sino que todos tengan vida eterna. Amén

Domingo 21 de febrero de 1988

Publicado por rafapolab

Doctor en Filosofía por la UNAM y candidato a Ph.D. en PRODOLA

Deja un comentario