TODO JUAN

VIVIR EN TIEMPOS DE PANDEMIA

XXIV

Juan 6:25-59

 ¿Conocen a Lorna Breen? Probablemente no. Su nombre y su historia se han perdido. Lorna era una médico de 49 años, quien dirigía el Departamento de emergencias del Hospital Presbiteriano Allen en Manhattan, murió a finales de Abril  a causa de heridas autoinfligidas. Se suicidó a causa del estrés causado por la pandemia. Sabemos que algunos enfermos también han preferido suicidarse que hacer frente a la enfermedad. Ambos son fenómenos aislados; pero muestran el impacto brutal que esta pandemia ha tenido en la sociedad. ¡Vivir en tiempos de pandemia!

La pandemia nos ha obligado a hacer cambios profundos en nuestra forma de vivir. Pienso en tres aspectos de nuestra vida que se han visto afectados de una manera tremenda: el espacio físico en el que vivimos; el tiempo y las relaciones humanas. La pandemia, que ataca nuestra salud física, ha impactado brutalmente nuestra vida emocional y nuestras relaciones humanas.

Los invito a que consideremos uno de esos tres aspectos, el del tiempo. ¿Cómo se ha visto impactado su tiempo? Aunque el día no ha dejado de tener 24 horas, nuestro tiempo y la manera como lo usamos ha cambiado. Por mínimo que sea el cambio, parece que estamos viviendo menos rápido. El auto que es nuestra vida ha bajado su velocidad. Disponemos de más tiempo.

En su diálogo con las personas que lo buscaban al regresar a Capernaúm Jesús se refirió al tiempo. Y usó dos expresiones muy interesantes: permanencia y eternidad. Estas dos expresiones son muy extrañas para el mundo actual, ya que si algo caracteriza nuestra forma de vivir el tiempo es cambio y actualidad.

La conversación de Jesús con las personas que lo han estado buscando se da alrededor del contraste entre lo efímero, lo temporal, lo físico, y lo eterno, lo permanente, lo espiritual. Las multitudes que lo siguen responden a motivaciones muy prácticas, muy básicas y elementales: la comida del día, la sanidad de su cuerpo. Necesidades tan reales como la imposibilidad de que queden satisfechas. Porque mañana otra vez tendremos hambre y las enfermedades nunca se irán del todo.

Leamos el pasaje de Juan 6:25-59

25 Cuando lo encontraron al otro lado del lago, le preguntaron:

—Rabí, ¿cuándo llegaste acá?

26 —Ciertamente les aseguro que ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque comieron pan hasta llenarse. 27 Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre este ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación.

28 —¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige? —le preguntaron.

29 —Esta es la obra de Dios: que crean en aquel a quien él envió —les respondió Jesús.

30 —¿Y qué señal harás para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer? —insistieron ellos—. 31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”.

32 —Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. 33 El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.

34 —Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan.

35 —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. 36 Pero, como ya les dije, a pesar de que ustedes me han visto, no creen. 37 Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo. 38 Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. 39 Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. 40 Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.

41 Entonces los judíos comenzaron a murmurar contra él, porque dijo: «Yo soy el pan que bajó del cielo». 42 Y se decían: «¿Acaso no es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que sale diciendo: “Yo bajé del cielo”?»

43 —Dejen de murmurar —replicó Jesús—. 44 Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final. 45 En los profetas está escrito: “A todos los instruirá Dios”. En efecto, todo el que escucha al Padre y aprende de él viene a mí. 46 Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; solo él ha visto al Padre. 47 Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de vida. 49 Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. 50 Pero este es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. 51 Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.

52 Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?»

53 —Ciertamente les aseguro —afirmó Jesús— que, si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 57 Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí vivirá por mí. 58 Este es el pan que bajó del cielo. Los antepasados de ustedes comieron maná y murieron, pero el que come de este pan vivirá para siempre.

59 Todo esto lo dijo Jesús mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaúm.

Como vimos anteriormente, Juan, en su evangelio, da testimonio de la absoluta superioridad de Jesús. Nada puede equiparársele, porque sólo él viene del cielo, sólo él es enviado por el Padre. Sólo él puede dar vida permanente y eterna, porque es don del Dios de la vida.  Igual que la mujer samaritana que le pidió a Jesús del agua que nunca se agota, los judíos también le piden a Jesús de ese pan que satsiface el hambre para siempre. La necesidad y la solicitud es clara; pero no es clara la respuesta para ellos. Jesús habla de sí mismo como el pan del cielo. El único que realmente satisface el hambre.

Nuestra atención no pasa por alto eso que es efímero, temporal, y físico, somos seres temporales y falibles, Dios nos formó con necesidades sensibles de las que depende la vida; pero somos creados para lo eterno, lo que es permanente, lo espiritual. Que nuestras motivaciones prácticas, básicas, y elementales: la comida del día, la sanidad de su cuerpo el Señor nos de la sabiduría de cuidar cada aspecto de nuestra vida, siendo responsables.  Necesidades reales por las que trabajamos todos los días y cuidamos ya que mañana otra vez se presentarán; pero trabajemos por lo que es eterno, por lo que permanece. Si hemos creído en Jesús, si hemos entendido el sentido de vida que tiene su cuerpo y su sangre, tenemos ya la vida eterna que es el gran propósito de Dios. Su misión.

Hagamos cambios profundos. Aprovechemos la oportunidad de vivir en una nueva dimensión del tiempo, y de la vida. El tiempo de Dios que se ha cumplido en Cristo y la vida eterna que no espera hasta después de la muerte, sino que es una promesa cumplida en nuestro presente, al vivir en la calidad de vida que él trae a nuestra existencia.

 Creeamos en Jesús, demos el primer paso para abriri nuestro corazón a él o profundizemos nuestra fe, la fe le da una dimensión difrente al espacio físico en el que vivimos;  a la manera como vivimos el tiempo y a nuestras relaciones humanas. El aspecto espiritual de nuestro ser impacta nuestra vida emocional y nuestras relaciones humanas. Viviendo en sentido de lo que es permanente y eterno.

Amén

Domingo 19 de julio del 2020

XXIII

¿CÓMO SOBREVIVIR A LA PANDEMIA?

Juan 6:16-24

Se dice que a las personas se les conoce cuando atraviesan situaciones difíciles: enfermedades, crisis económicas, adversidades. Sale de ellos lo mejor y lo peor. Podríamos decir que no sólo a las personas, los seres humanos en general nos damos a conocer en razón de la manera como hemos respondido a la pandemia. Somos testigos de la inconsciencia en la que muchas personas viven, de la maldad que incluso en estos momentos se manifiesta vendiendo vacunas falsas; pero también actos de altruismo y buen corazón que nos animan. Aunque aún es difícil dimensionar el impacto que ha tenido la pandemia, es decir, la afectación de la enfermedad infecciosa en todo el mundo, si podemos decir que sin temor a equivocarnos ha sido brutal.

Guardada la proporción, la experiencia que viven los discípulos en la barca al atravesar el lago de Genesaret es también una situación de crisis que nos permite conocerlos en condiciones peculiares. Las situaciones de crisis nos sacan de nuestra zona de confort, de nuestra habitual forma de vida y nos retan a reaccionar y encontrar soluciones que ayuden a gestionar la crisis de la mejor manera posible. Y en algunas de ellas nos llevan a un mejor nivel de nuestra comprensión y de nuestra vida. Aunque una crisis mal gestionada también puede acabar en tragedia. 

La historia nos presenta algunos elementos que ayudan a gestionar adecuadamente una crisis. Hay un relato de la situación, se identifican las amenazas que ponen en riesgo al grupo de los discípulos y también se identifican los sentimientos que la situación ha provocado en ellos. Los discípulos están en medio del lago y no hay manera de evitar la situación, ya han remado algunos kilómetros y están más cerca de su destino que del origen, regresar no es sensato. La tormenta no parece inquietarlos demasiado, seguramente saben como actuar ya que son pescadores. Pero la crisis hace que surjan sus temores y el temor puede hacer que las cosas empeoren. 

   Leamos el pasaje de Juan 6:16-24

16 Cuando ya anochecía, sus discípulos bajaron al lago 17 y subieron a una barca, y comenzaron a cruzar el lago en dirección a Capernaúm. Para entonces ya había oscurecido, y Jesús todavía no se les había unido. 18 Por causa del fuerte viento que soplaba, el lago estaba picado. 19 Habrían remado unos cinco o seis kilómetros cuando vieron que Jesús se acercaba a la barca, caminando sobre el agua, y se asustaron. 20 Pero él les dijo: «No tengan miedo, que soy yo». 21 Así que se dispusieron a recibirlo a bordo, y en seguida la barca llegó a la orilla adonde se dirigían.

            Esta primera escena es muy breve y la narrativa de Juan es escueta. El relato no parece expresar lo maravilloso de la escena. No es un asunto de todos los días que alguien camine sobre el mar. La escena es nocturna y en la cosmovisión del Nuevo Testamento hay que resaltar dos elementos, tanto la oscuridad como el mar eran vistos como símbolos del mal. La oscuridad es lo contrario a la luz, ya Juan nos ha dicho en el prólogo al Evangelio, que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la oscuridad, también creían que en el mar habitaban monstruos marinos y fuerzas incontenibles que los amenazaban. Los discípulos navegan rumbo a Capernaum y el grupo va sin su líder. Jesús, por alguna razón se ha quedado rezagado. Hay otro factor interesante en la historia, ellos van solos y hace una enorme diferencia enfrentar una crisis solos que con la presencia del líder. Las condiciones tienden a empeorar porque el viento arrecia con fuerza y el mar está picado. Podemos imaginar el vaivén de la barca y la sensación de inseguridad. El viento y el mar picado son los elementos que amenazan la embarcación. Dos fuerzas naturales que pueden ser valoradas de diferente manera; porque el viento es también energía positiva, así como el agua está asociada a la vida. En ocasiones las crisis que enfrentamos en la vida son justamente el cambio de polaridad de lo que ha sido también un fuerza propulsora o una fuente de vida.

            Si la situación ya es de por sí amenazante, lo que ven sus ojos es lo que les llena de temor. Alguien se acerca caminando sobre el mar hacia la barca. ¡No es para menos! Como ellos, seguramente también nosotros nos hubiéramos llenado de temor.

            El verso 20 le da un vuelco total a la escena. Lo que era visto como un motivo de temor, ahora se ha convertido en una presencia que da confianza y seguridad. Jesús está con ellos en la barca. La presencia del líder el grupo hace que la crisis se gestione de manera diferente. Hay aquí una enorme lección; pero debemos de resistir a la tentación de quedarnos en ella y seguir adelante a lo que es más importante.

            ¿Cuál es el significado de esta escena? Volvemos a una de nuestras ideas clave a lo largo de todo el estudio de Juan, la revelación de Jesús. Cada paso, cada escena, nos permite conocer mejor a Jesús. En el relato de Juan Jesús revela que él no está limitado a las leyes naturales. Los discípulos lo han visto caminar en medio de la noche y sobre un mar picado. No hay temor en él ni inseguridad. Camina con seguridad hacia la barca. El desenlace es tan sencillo como el relato, simplemente los discípulos lo reciben y en unos momentos llegan a su destino.

                  Esta revelación de Jesús a sus discípulos es, sin duda, mayor que todo lo visto anteriormente: mayor que su poder de transformar el agua en vino, mayor que su poder de sanar a los enfermos, mayor que su poder de multiplicar el pan y los peces. Es por eso que también la revelación de su identidad es mayor, ya no sólo se le reconoce como maestro, como profeta, como sanador, como Mesías de Israel, como cordero de Dios, como salvador del mundo, ahora, dicen los eruditos, estamos ante una Epifanía, una manifestación de su divinidad. Seguramente ustedes recordarán la voz de Dios en el monte Sinaí cuando le habla a Moisés, esa es una teofanía, una manifestación de Dios. Jesús es la Epifanía de Dios, es su revelación plena, su manifestación.

            La crisis de la barca en medio de la noche con un mar picado fueron las condiciones que Jesús eligió para manifestarse a sus discípulos. Que la crisis te permita conocer a Jesús como Dios hecho hombre, como Dios encarnado, para que sea él quien entre en la barca de tu vida y la conduzca a su destino.

22 Al día siguiente, la multitud que se había quedado en el otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían embarcado solos. Allí había estado una sola barca, y Jesús no había entrado en ella con sus discípulos. 23 Sin embargo, algunas barcas de Tiberíades se aproximaron al lugar donde la gente había comido el pan después de haber dado gracias el Señor. 24 En cuanto la multitud se dio cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se fueron a Capernaum a buscar a Jesús.

            La multitud sigue buscando a Jesús. Jesús se revela a sus discípulos. Bendito Dios si estás buscando a Jesús y estoy cierto de que en esta situación de crisis él se ha revelado, se revela y se seguirá revelando en nuestras vidas. No hay mejor manera de sortear la crisis, de salir adelante de la pandemia, si conocemos a Jesús y abrimos nuestro corazón para que él se de a conocer plenamente en nuestra vida. “Yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta”

            Dice un antiguo himno, “si Cristo conmigo va, yo iré, yo no temeré, con gozo iré, conmigo va”. Jesús es el líder que necesita tu barca para arribar a puerto seguro. Él a nadie obliga a que le seda el control de su vida, tú necesitas aceptarlo y seguirlo de manera voluntaria.    

Domingo 12 de julio del 2020

XXII

MAS ALLÁ DE TU HORIZONTE

Juan 6:1-15

La importancia de entender lo que leemos o lo que vemos no se puede exagerar. Por ejemplo, si no entendemos las instrucciones de un medicamento o peor aún, de seguridad. También usamos las señales para comunicarnos y tenemos que aprender a leer las señales, una cruz de prohibición, una flecha que indica el sentido, una señal de silencio o de detenernos en una esquina. Hay otro tipo de señales que son como símbolos y que apuntan a lo extraordinario, incluso sobrenatural. Son enigmáticas y a veces sobrecogedoras. Esas señales son desafiantes, nos pueden llevar más allá de nuestro horizonte o nos pueden extraviar. Son como las migajas que alguien va dejando en el camino para que encontremos la salida.

En el capítulo 6 de Juan estamos ante la necesidad de entender una señal

Una señal es un término muy amplio, Juan usa el término señal como una muestra o una evidencia acerca de la persona, la naturaleza y la misión de Jesús. Así lo dice al final de su Evangelio: «30 Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. 31 Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.” Juan 20 NVI

Si mantenemos la imagen de unas migajas que alguien deja en el camino para encontrar la salida, en este capítulo, Juan deja la cuarta migaja, la cuarta señal.

Recordemos, la primera fue la señal de la transformación del agua en vino, 2:1-12; la segunda fue el hijo de un noble al que se le otorga la vida, 4:43-54; la tercera, la sanidad del inválido, Juan 5:1-15. En cada una de estas historias las señales apuntan en una dirección extraordinaria, apuntan hacia la persona, la importancia, y la misión, la tarea de Jesús. En cada una de estas señales el horizonte de los testigos tiene la posibilidad de ampliarse más allá de sus límites.

Leamos el pasaje de Juan 6:1-15

En el relato de Juan capítulo 6 tenemos una hermosa historia que incluye la cuarta señal que necesita ser entendida. Ya que los testigos presenciales tuvieron ciertos problemas para entender su significado.

1Algún tiempo después, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea (o de Tiberíades). 2 Y mucha gente lo seguía, porque veían las señales milagrosas que hacía en los enfermos. 3 Entonces subió Jesús a una colina y se sentó con sus discípulos. 4 Faltaba muy poco tiempo para la fiesta judía de la Pascua.

En los primeros 4 versos Juan nos coloca en la escena. Hay cierta indeterminación en los detalles. Una multitud sigue a Jesús por las señales milagrosas que hacía. La indicación es importante ya se nos advierte acerca del tipo de señales. Se trata de señales milagrosas, dice Juan, es decir, sanidades que no encuentran una explicación natural. ¿Son enfermos quienes le siguen o son simplemente personas motivas por lo que él hace. De cualquier manera hay una motivación las personas. No nos apresuremos en descalificar su motivación. En este ambiente de efervescencia, Jesús sube a una colina y se sienta con sus discípulos. Este acto puede tener un doble significado, simplemente el descanso o la actitud del maestro que va a dar una lección a sus discípulos.

5 Cuando Jesús alzó la vista y vio una gran multitud que venía hacia él, le dijo a Felipe:

—¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente?
6 Esto lo dijo solo para ponerlo a prueba, porque él ya sabía lo que iba a hacer.

7 —Ni con el salario de ocho meses podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno —respondió Felipe.

El diálogo de Jesús con Felipe es interesante porque encierra una de las razones por las cuales no es fácil entender el lenguaje. Hay una intención oculta en las palabras de Jesús. Mientras que Felipe mantiene el diálogo en el sentido obvio de las palabras. De acuerdo a la explicación de Juan, que pasa de ser un cronista a un intérprete de las palabras del Maestro, la pregunta de Jesús tiene el propósito de conducir a Felipe y a los discípulos hacia la señal. Efectivamente, los recursos de los discípulos no son suficientes para satisfacer el hambre de los miles de seguidores de Jesús. Y él lo sabe.

8 Otro de sus discípulos, Andrés, que era hermano de Simón Pedro, le dijo:
9 —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero

¿qué es esto para tanta gente?
10 —Hagan que se sienten todos —ordenó Jesús.

Interviene Andrés en el mismo plano de Felipe. Ahora la oferta es muy pequeña, y Andrés lo sabe. ¿Qué son los cinco panes y los dos pescados? Realmente muy poco, casi nada.

En ese lugar había mucha hierba. Así que se sentaron, y los varones adultos eran como cinco mil. 11 Jesús tomó entonces los panes, dio gracias y distribuyó a los que estaban sentados todo lo que quisieron. Lo mismo hizo con los pescados.

12 Una vez que quedaron satisfechos, dijo a sus discípulos:
—Recojan los pedazos que sobraron, para que no se desperdicie nada.

13 Así lo hicieron y, con los pedazos de los cinco panes de cebada que les sobraron a los que habían comido, llenaron doce canastas.

El relato de Juan es muy escueto. No hay sensacionalismo alguno. No se describe una multiplicación visible que causara una reacción entusiasta en la multitud. Simplemente Jesús bendice el pan y los peces y estos se distribuyen hasta satisfacer a todos los convidados a la comida y para que no haya desperdicio se recoge lo sobrante hasta llenar doce canastas. Sabemos lo importante que era para la cultura judía el significado de los números. En la señal milagrosa hay dos números que sobresalen, el 7 como la suma de los panes y los pescados y el 12 de las canastas. El siete se asoció siempre al Señor, a su perfección y el 12 a las tribus de Israel.

Recordemos que las señales son parte de todo lo que Jesús hace para revelarse a sí mismo, para dar a conocer su naturaleza, su importancia, su identidad, su misión. También debemos de saber que Juan es un evangelista que gusta mucho de usar símbolos y que las señales son una parte sustancial de su evangelio. Así que no estamos ante un acontecimiento anecdótico ni solamente extraordinario, es decir, milagroso. Porque bien es cierto que el hecho mismo de la multiplicación es algo extraordinario, el que Juan la califique como una señal, quiere decir que el hecho apunta a algo mayor, que nos coloca en una determinada dirección.

14 Al ver la señal que Jesús había realizado, la gente comenzó a decir: «En verdad este es el profeta, el que ha de venir al mundo». 15 Pero Jesús, dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey, se retiró de nuevo a la montaña él solo.”

Estos dos versos confirman que la propia multitud entiende que hay algo mayor
en lo que han visto que el hecho mismo; pero de manera razonable ellos no están en
condiciones de entender lo que ha sucedido más allá que su propio marco de
comprensión. Dan un paso importante al ver en Jesús al profeta de los tiempos
mesiánicos. No un profeta, de los que sabemos que solían levantarse de vez en vez,
sin el profeta, en singular, un personaje asociado con los tiempos mesiánicos. Pero
aún no son capaces de ir más allá de su horizonte de comprensión. Aun no dan el paso
de ver en Jesús al Mesías de Israel, mucho menos lo que ya pudieron confesar los
samaritanos, el Salvador del mundo.

Somos una generación muy bendecida, hoy tenemos algo que los propios personajes de la escena no tuvieron, el auxilio de Juan para explicarnos el significado de la señal y para subrayar que el acontecimiento tuvo como propósito llevarnos a Jesús. Al final de su evangelio, Juan nos dice que él escogió estas señales porque consideró que eran las mejores para que entendiéramos quién es Jesús y cuál era su misión. Bendigamos al Señor porque él nos lleva de lo extraordinario a lo sublime, a lo divino, a lo que más que calmar nuestra hambre por un día, nos conduce a reconocerle como lo que él es, el Mesías de Israel, el Salvador del mundo. Triste milagro si solo se limita a que comamos un día o a que se nos quite una enfermedad, por importante que esto último sea. Pero Jesús siempre está más allá de nuestro horizonte. El nos enseña a levantar nuestros ojos de la señal a lo que la señal apunta, a lo que significa. Incluyendo el 7 de lo que es perfecto y el 12 de todo el pueblo de Israel y el Nuevo Israel. No sólo tiene significado para los 5 mil presentes, sino para los millones ausentes.


No juzguemos mal a las multitudes que siguen a Jesús porque están enfermos, ni tampoco a los que tal vez le seguían porque sufrían de hambre. No juzguemos mal a quienes sólo alcanzan a intuir que en Jesús está el profeta de los tiempos mesiánicos. Porque sería tanto así como juzgarnos a nosotros mismos, que teniendo claro el mensaje y su significado, podríamos estar caminando en la vida siguiendo motivaciones equivocadas, incluso, siguiendo a Jesús por razones que se limitan a nuestro horizonte de comprensión. Veamos hacia donde apunta la señal, hacia Jesús, creamos en él y aprendamos a ver al mundo, la vida y a nosotros mismos con los ojos de Jesús.

Domingo 5 de julio del 2020

Homilía XXI

Solo él satisface el corazón

6:1-71

            Vivir con limitaciones es una experiencia difícil. Las hay de carácter físico que imposibilitan el movimiento y la coordinación del cuerpo; las intelectuales tienen que ver con las posibilidades de aprendizaje; las emocionales lastiman nuestros vínculos afectivos; pero las más graves son con toda seguridad las limitaciones espirituales que anulan la capacidad de creer. De manera natural las incapacidades se tratan de cubrir con sustitutos, que ayudan un poco, pero no resuelven el problema y podrían engañar.

            Al concluir el capítulo 6 se levanta una disyuntiva ante el lector. Dos decisiones han sido tomadas: muchos que seguían al maestro no pueden dar el paso de la fe y lo abandonan (vs. 66), los discípulos le reconocen como el dador de la vida y le siguen (vs. 68).

            Millones de seres humanos siguen hoy el camino de Jesús, le piden, ven sus milagros, participan de las ceremonias propias del cristianismo, lo buscan con verdadera necesidad; pero no pueden dar el paso definitivo, el paso de la fe. Otros, han respondido a la invitación del Padre celestial y acudiendo a su hijo confiesan: sólo tu tienes palabras de vida eterna.

Sustitutos y paliativos

            Los seguidores de Jesús aumentan a medida que ven sus maravillas. La sanidad del hijo del oficial y del paralítico de Betesda, la multiplicación de los panes y los peces. En Galilea hay una ebullición por las señalas de las que  han sido testigos. Jesús se va con sus discípulos y la multitud se desplaza de un lugar a otro buscándolo, hasta encontrarlo. Las necesidades humanas son enormes: físicas, intelectuales y emocionales. ¿Cómo dejar pasar la oportunidad de la salud, del alimento?

            Hay sustitutos y paliativos que ayudan a sobrellevar las limitaciones. Prótesis físicas, grupos de autoayuda o medicamentos, ayudas didácticas. No se atreven a ofrecer salud; pero si hacen menos difícil la carencia. Algunas son susceptibles de regeneración, cuando el daño no ha sido definitivo. La gracia de Dios se muestra en el corazón de los que no se sumen en su carencia y  evitan que su voluntad se aniquile;  buscan como salir adelante y vencer las limitaciones. Pero la necesidad, el hambre, la enfermedad no tienen soluciones definitivas, surgen una y otra vez, hasta que finalmente arrebatan el último suspiro al ser humano. Una cosa es cierta, los sustitutos y paliativos no pueden regenerar la herida del corazón. Ningún remedio humano lo puede cubrir. Es una limitación que necesita ayuda de naturaleza distinta.

Soluciones definitivas

            Los seres humanos gastamos todo nuestro tiempo, capacidades y energía, la vida misma, en la búsqueda de bienes y satisfactores temporales, efímeros. Así lo señala Jesús en su diálogo con los que lo buscaban sin descanso. Trabajan por lo que perece. Porque no pocas veces los paliativos y sustitutos pretenden enmascarar la necesidad del corazón. Jesús les exhorta a trabajar por lo que permanece. El Señor les habla del pan de vida, única solución a la profunda necesidad espiritual de los seres humanos. La metáfora le permite a Jesús explicar el origen y naturaleza del pan celestial.

  • Es una comida dada por el Hijo del hombre
  • De acuerdo a la voluntad de Dios el Padre
  • Viene del cielo
  • Satisface de manera permanente, es decir, no se vuelve a tener hambre ni sed.
  • Nadie es marginado de ella.

Jesús conoce el corazón del ser humano. Sus ojos de amor observan las profundas heridas que cruzan su cuerpo y su alma. No pasa por alto la salud de los enfermos ni el hambre de las multitudes. Sana a  paralíticos y acepta a marginados; pero sabe que lo temporal no permanece y que las soluciones parciales no resuelven los problemas de fondo.  No corta su mano para ayudar; pero desea que las personas encuentren una solución definitiva a sus necesidades. Y para ello nos habla de la solución que el Padre celestial ha preparado para alimentar de manera definitiva el alma humana. Es una solución que cumple con la voluntad del Padre, con un mensajero que satisface todos los requisitos de confiabilidad, su naturaleza es divina porque viene del cielo, está a salvo de la naturaleza corrompida de los seres humanos y no tiene prescripciones que prohíban su uso a persona alguna. Es pan del cielo que da vida al mundo.

Sus beneficios

            Cuando los seguidores de Jesús oyeron hablar de esta comida extraordinaria, sin pérdida de tiempo se la pidieron. El Señor les contestó: “Yo soy el pan de vida”. Los judíos esperaban un alimento parecido al maná que el Señor les dio en el desierto; pero Jesús les habla de sí mismo. De una relación personal con él, una relación de fe en su naturaleza de hijo de Dios. La metáfora le permite al maestro profundizar en el significado de la comida. Ya en el capítulo uno el apóstol Juan señalaba que el Verbo que se hizo carne y debe ser recibido por los hombres para que pueda cumplir su propósito. No basta su venida al mundo, cada criatura debe recibirlo en su propio corazón. Ahora Jesús habla de su carne y de su sangre, apuntando a su cruz en el futuro inmediato. Es decir, las personas necesitan tener una relación con el Cordero inmolado de Dios, quien sube a la cruz en sustitución de cada pecador, para expiar sus pecados a través de su sacrificio cruento.

            Quien bebe su sangre y come su carne establece una relación personal con el pan de vida y satisface plena y permanentemente su necesidad espiritual. Fue él quien nos ofreció que:

  • Es una comida que permanece,
  • Da vida al mundo,
  • Otorga vida eterna
  • Resurrección en el día postrero
  • Salva de la muerte espiritual
  • Y se disfruta de comunión permanente con Jesús

La multitud tomó una decisión equivocada, no pudieron dar el paso de la fe y abandonaron a Jesús; pero los discípulos respondieron de acuerdo a la obra del Espíritu en sus corazones y preguntaron ¿Señor, a quien iremos? Reconociendo que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Jesús nos revela que él es el pan que ha venido del cielo de acuerdo a la voluntad del Padre para dar vida al mundo, para ofrecer vida eterna a cada persona. Nadie es rechazado, porque él ama  a cada uno de manera personal y espera que creamos en él como el Hijo de Dios. Amén.

Domingo 9 de julio del 2000

XX

UNA INVITACIÓN A CREER

Juan 5:31-47

LA FE EN JESÚS es una invitación no una imposición. La historia de nuestros pueblos originarios tras la conquista española es una trágica muestra de la manera en la que no se debe compartir la fe en Jesús. Por imposición. Se trataba de creer a riesgo de la propia vida. Se trataba de aceptar el bautismo sin previa conversión. Ponían nuevas imágenes; pero adoraban a sus mismos dioses. La fe atañe al corazón, es absolutamente personal. Así como no se puede amar por obligación, no se puede rendir la vida a Jesús por imposición.

Recibir una invitación y aceptarla, puede cambiar la vida, para bien o para mal. Cuando es Jesús quien toca a la puerta y llama, es conveniente abrir e invitarlo a pasar. Su presencia en nuestra vida, en nuestro hogar, todo lo transforma. Con él, llega la vida, llega la luz, llega el amor, llega la esperanza. De esto se trata cuando somos invitados a creer, aunque algunos rechazan su testimonio.

En tiempo de Jesús y en nuestro propio tiempo el anuncio de la iglesia está sostenido por el testimonio. La fuerza de nuestro argumento es aquello de lo que se es un testigo. ¿Cuál es el asunto del que se ocupa el testimonio de la iglesia? Jesús, su persona, su naturaleza, su misión, su tarea. Jesús es el contenido de la proclamación de la iglesia. Es en él en quien hay que creer. Sin embargo, así como la luz nos guía en el camino, también la luz muestra lo que se oculta en la oscuridad. Cuando queremos ver con claridad la realidad de un objeto o la apariencia física de una persona, encendemos la luz. Vemos en detalle, observamos las peculiaridades, aquello que es bello y también lo que no es tanto. Juan ha dicho claramente en el capítulo 1 que la luz vino al mundo; pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. En la parte final del capítulo 5, se muestra con toda claridad la verdad de esta afirmación.

Leamos el pasaje de Juan 5:31-47

31 »Si yo testifico en mi favor, ese testimonio no es válido. 32 Otro es el que testifica en mi favor, y me consta que es válido el testimonio que él da de mí.

33 »Ustedes enviaron a preguntarle a Juan, y él dio un testimonio válido. 34 Y no es que acepte yo el testimonio de un hombre; más bien lo menciono para que ustedes sean salvos. 35 Juan era una lámpara encendida y brillante, y ustedes decidieron disfrutar de su luz por algún tiempo.

36 »El testimonio con que yo cuento tiene más peso que el de Juan. Porque esa misma tarea que el Padre me ha encomendado que lleve a cabo, y que estoy haciendo, es la que testifica que el Padre me ha enviado. 37 Y el Padre mismo que me envió ha testificado en mi favor. Ustedes nunca han oído su voz, ni visto su figura, 38 ni vive su palabra en ustedes, porque no creen en aquel a quien él envió. 39 Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor! 40 Sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida.

41 »La gloria humana no la acepto, 42 pero a ustedes los conozco, y sé que no aman realmente a Dios. 43 Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me aceptan; pero, si otro viniera por su propia cuenta, a ese sí lo
aceptarían. 44 ¿Cómo va a ser posible que ustedes crean, si unos a otros se rinden gloria, pero no buscan la gloria que viene del Dios único?

45 »Pero no piensen que yo voy a acusarlos delante del Padre. Quien los va a acusar es Moisés, en quien tienen puesta su esperanza. 46 Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de mí escribió él. 47 Pero, si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer mis palabras?»

Creer en Jesús es dar crédito a su testimonio. Jesús afirma que hay tres testimonios sobre él que lo acreditan como enviado de Dios. El primero, de peso significativo pero no determinante, es el testimonio de un hombre, el testimonio de Juan. No obstante, dice Jesús, el testimonio de un hombre, aunque sea de la envergadura, del tamaño de Juan, no tiene el peso suficiente para acreditar la verdad de algo tan grande, tan serio, tan importante. El segundo testimonio es el de los hechos. Quién yo soy, dice Jesús, se muestra por lo que hago. La luz brilla, la sal, sala. Jesús da vida, sana, levanta de la invalidez, es agua que nunca se agota. Él y su padre tienen la misma tarea. Él y su Padre están perfectamente unidos. Por ello es que el tercer testimonio es el de mayor peso, es el Padre mismo quien da testimonio de su Hijo. -¿Conoce usted a esta persona? Claro, es mi hijo.- Solamente el Padre puede reconocer a quien es su propio hijo. Tienen el mismo ADN.

Pero el juicio está decidido de antemano. No hay lugar en el corazón de los interlocutores de Jesús para creer. ¿Por qué? Porque no quieren creer, porque buscan su propia gloria, porque están dispuestos a creer en cualquier persona si eso les permite salirse con la suya. Conocí a una maestra muy brillante en la carrera de psicología social que era una atea recalcitrante; pero el 21 de marzo se subía vestida de blanco al Tepozteco para que se purificara su vida. La suerte está echada, el corazón está definido. No responde a Jesús porque sus obras son malas y porque seguir a Jesús entraña un desafío mayúsculo. No responden a Jesús porque en realidad no aman a Dios. El diagnóstico de Jesús es claro, es directo, ustedes en realidad no le creen al Señor, ustedes en realidad no creen en las Escrituras, ustedes en realidad no le creen a Moisés. No sólo me están rechazando a mí, en realidad han rechazado al Padre desde siempre.


La revelación de Jesús pone su luz en el corazón. En tu corazón, en mi corazón. Muestra, con claridad la fuerza que te mueve y la fuerza que te detiene. Es como entrar al laboratorio espiritual, al diván de Dios, para identificar claramente la fuerza que te impulsa y la fuerza que te detiene. La vida impulsa, la muerte detiene, la fe impulsa, el pecado detiene. El amor impulsa, la muerte emocional detiene. El bien impulsa, el mal detiene. ¿Qué fuerza interior está controlando tus decisiones, controlando tus pasos, controlando tu vida? Jesús ha mostrado con toda claridad que no es posible imponerle la fe a nadie. Se trata de una decisión personal. De una decisión por la vida o una decisión por la muerte. Si tú piensas que nadie en sus cinco sentidos podría decidir por la muerte, es que no conoces al ser humano. Hoy, hay mucha gente en la calle que en su absoluta insensatez ha decidido por la muerte, por la suya y por la de otros inocentes que se lo pueden topar en el camino.

Es absurdo; pero es real. Cerramos nuestros ojos ante el poderoso testimonio del Hijo y los abrimos ante los engaños más torpes que se pueden imaginar. Cerramos el corazón a Jesús el Hijo de Dios y se lo abrimos a cuanta falsedad se nos pasa por enfrente: el poder sanador de las palabras, el poder sanador de la energía, la suerte de la piedra de los ancestros de los ancestros de los ancestros. El mensaje de los ángeles. Ponemos nuestra fe en personas que sabemos que mienten, traicionan y roban, y lo hacemos con fanatismo, con los ojos cerrados ante la evidencia. ¿Por qué? Porque nuestras obras son malas y preferimos el mal al bien. Porque la necesidad de creer en algo o en alguien es tan grande, que nos vamos de bruces y luego nos andamos sobando las heridas.

Domingo 28 de junio del 2020

XIX

JESÚS Y LA PATERNIDAD, HOY

Juan 5:16-30

            Permítanme abordar el asunto de Jesús y la paternidad con dos elementos personales. Como pastor hay ciertos detalles que van configurando nuestro ministerio, algo que es muy obvio es que no hay pastor sin rebaño y que cada rebaño es diferente, aunque sea el mismo, cambia con el tiempo. Tuve una oveja, que un día llegó y me dio un regalo, me dijo, tenga pastor, y me entregó una oveja en miniatura, y me dijo, para que no se olvide de mi. Ese regalo lo puse en un librero y ahí estuvo por años, hasta que llegó el temblor. El segundo elemento personal es un viaje que hice a Acapulco, en donde la iglesia que pastoreaba en aquellos años tenía un proyecto pastoral de atención a niños con VIH, huérfanos. Un fin de año, llegamos a tener una celebración de fin de ciclo y los niños nos habían preparado un evento. Dentro del evento cada niño le dio un regalo a quien era su patrocinador, a mi, una niña, se acercó y me dijo, «toma», y me dio un pequeño bambú en un recipiente de acrílico, «para que cuides a esta plantita como a mí». La plantita estuvo en mi estudio por años. La relación del pastor con su rebaño es una relación de cuidado. 

Cuando pienso en el padre, veo una enorme diferencia en la cultura del pueblo de Israel y nuestra cultura. Señalo solamente una, el involucramiento del padre en la formación espiritual de sus hijos. Hablaba ayer con mi hija Paloma sobre este tema y su aportación se orientó en esa dirección, la paternidad es involucramiento en la formación de los hijos, hay en nuestra sociedad una actitud de pasividad y alejamiento del padre en la formación de los hijos. Un buen padre judío se involucra activamente en al formación espiritual de sus hijos.

Ahora bien, la relación pastor oveja se da dentro del ambiente de una congregación local, en nuestro caso, de una familia espiritual; y la relación padre e hijo se da dentro del ambiente de la familia natural. Ninguna de las dos son relaciones aisladas.

Los últimos meses he estado enseñando a mi iglesia que la familia y la iglesia son una estructura de acogida. Piensen en la imagen del nido, que sirve para acoger a los polluelos. Ahí los polluelos se sienten seguros, son cuidados por papá y mamá.

Lamentablemente hoy solemos hablar con mucha claridad de nidos disfuncionales, familias disfuncionales. Es decir, tienen problemas para funcionar, para cumplir su tarea, su cometido, Sin duda que es la disfuncionalidad de una familia participa el rol, la participación, el vínculo del padre con sus hijos.

En contraste recuerdo la parábola bíblica muy conocida como el hijo pródigo, aunque hay quienes prefieren llamarla la parábola del padre misericordioso, esta parábola fue contada por Jesús, luego recogida en el evangelio de Lucas, posteriormente la escena fue pintada por Rembrandt en el año 1662 y la pintura se convirtió en el tema de un muy hermoso libro de Henri Nouwen, quien hace una interpretación del cuadro basada en las dos manos del padre que se posan sobre los hombros del hijo pródigo de rodillas ante él. Nouwen interpreta el vínculo del padre a través de sus dos manos: una, dice Nouwen, simboliza el amor, la ternura, posa suavemente sobre los hombros del hijo arrodillado, la segunda, es firme, es fuerte y simboliza la disciplina del padre.

Conversando con Andrés, mi hijo, me decía que para él esa era la clave de la paternidad, como ser un roble, un sustento, formación del carácter de los hijos.

Una relación es disfuncional cuando deja de ser lo que debe de ser. Cuando se pierde el vínculo de amor y se pierde el vínculo de disciplina, de formación, de límites. Y entonces el nido, la estructura de acogida pierde su función. Los salmos lo dicen claramente: “: Padre de huérfanos y defensor de viudas. Es Dios en su santa morada.Dios hace habitar en familia a los desamparados” Salmo 68

Todos tenemos una opinión diferente sobre eso que llamamos paternidad, depende de muchos factores: si eres hombre, si eres hombre soltero, si eres hombre casado con hijos pequeños, adolescentes, jóvenes, adultos, etc., si tus hijos son varones o mujeres; también opinarás diferente como hijo y de acuerdo al sexo y edad que tienes; si eres mamá o eres abuela. En fin, que el tema da para mucho. Y también se entiende la paternidad con los colores de la sociedad y la cultura a la que se pertenece. Las ideas cambian aunque hay algunas cosas que nos ayudan a comprenderla de manera general: cuál es la función del padre, cuál es el rol del padre y cuál es la relación que se establece con el padre. La imagen del padre. El símbolo del padre.

Si algo se escucha hoy es la necesidad de repensar, reconfigurar, fortalecer, sanar y consolidar el vínculo, el rol, la función, la relación con el padre. Entendemos que más que una simple función reproductiva, se trato de algo de fondo. Muchas disciplinas participan en esta tarea. Y es una parte sustancial de nuestra vida espiritual, veamos lo que las Escrituras nos enseñan sobre la paternidad de acuerdo al modelo de Jesús. 

            CONFIRMACIÓN

Leamos el pasaje de Juan 5:16-30

16 Precisamente por esto los judíos perseguían a Jesús, pues hacía tales cosas en sábado. 17 Pero Jesús les respondía:

—Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo.

18 Así que los judíos redoblaban sus esfuerzos para matarlo, pues no solo quebrantaba el sábado, sino que incluso llamaba a Dios su propio Padre, con lo que él mismo se hacía igual a Dios.

19 Entonces Jesús afirmó:

—Ciertamente les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace, porque cualquier cosa que hace el Padre, la hace también el Hijo. 20 Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Sí, y aun cosas más grandes que estas le mostrará, que los dejará a ustedes asombrados. 21 Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quienes a él le place. 22 Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo, 23 para que todos honren al Hijo como lo honran a él. El que se niega a honrar al Hijo no honra al Padre que lo envió.

24 »Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida. 25 Ciertamente les aseguro que ya viene la hora, y ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. 26 Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo, 27 y le ha dado autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo del hombre.

28 »No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, 29 y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados. 30 Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo solo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad, sino cumplir la voluntad del que me envió.

Hemos estado insistiendo los últimos domingos en que Juan nos va llevando paso a paso en su evangelio en relación con la revelación de Jesús. Inicia con una cúspide en Juan 1, el verbo, el logos y ahora en el capítulo 5 retoma la relación indisoluble de Jesús con su padre. Una relación de intimidad absoluta, identificación y amor. Es el modelo de una relación padre-e-hijo que no se puede repetir en términos humanos; pero que si nos orienta en relación con el vínculo que se establece entre padre e hijo.

El contexto del pasaje de hoy es de conflicto, de hecho es un climax el conflcito que Jesús enfrenta con los judíos. Dicen Juan que se propusieron matarlo, que empezaron a maquinar su muerte.

Aquí encontramos la primera bendición de la relación de Jesús con su padre, la fortaleza de su carácter, la seguridad de su identidad, la convicción de su tarea. Cuando el vínculo hijo-padre; padre-hijo es de tal naturalidad, apertura y afecto, hay una seguridad interior que permite enfrentar los conflictos externos con absoluta seguridad y confianza. El conflicto se ha escalado porque ya no sólo tiene que ver con la transgresión del sábado, sino el que Jesús se llame a sí mismo hijo de Dios.

Hay otro elemento clave en esta relación, dice Jesús que así como el Padre trabaja el sábado, él también trabaja. El tema fue uno de los grandes debates de los rabinos, el descanso de Dios el ´sábado. Aquí Jesús toma una clara postura, el descanso de Dios es el trabajo de Dios para seguir sosteniendo su creación, Es un trabajo que se da en en el sentido de su voluntad más prístina: la vida. El enfermo que es levantado de su invalidés vuelve a la vida. Dios siempre está trabajando a favor de la vida.

La tercera bendición que encontramos en la relación del Padre y Jesús, el Hijo, es la total apertura del corazón del padre hacia el hijo, Jesús lo sabe todo porque el padre se lo ha dado a conocer. No hay secretos entre padre e hijo, no hay verdades a medias, nada hay que ocultar, sólo aquello que el Padre ha querido reservar para sí; pero en relación con su propósito, con su tarea, es transparente la comunicación entre uno y otro.

La cuarta bendición es el amor que el padre tiene por el hijo y el hijo por el padre, que en esta relación de Dios, el amor se traduce en la obediencia a la voluntad del padre. No es una voluntad impuesta, sino una voluntad asumida. No sin dolor, no sin oración, pero finalmente asumida con plena voluntad.

            Del vínculo roto al vínculo restaurado por el amor, es probable que el tiempo de la disciplina ya haya pasado, sólo quedará la oportunidad de lo testimonial. El Señor hace habitar en familia, restaura el nido y restaura los vínculos cuando nos permite retomar nuestros roles más profundos e íntimos.

Domingo 21 de junio del 2020

XVIII Segunda parte

JESÚS Y EL LEGALISMO DE AYER Y HOY

Juan 5:1-15

Hace algunos años, en 2010, la famosa escritora de Entrevista con el vampiro Anne Rice, publicó en su página de Facebook que abandonaba a la iglesia católica, afirmaba que durante diez años había hecho todo lo posible por permanecer dentro de la iglesia pero que no podía más. No estaba de acuerdo con su larga lista de “anti-“. Las razones que daba Rice para abandonar su iglesia darían lugar a una larga y acalorada polémica. Por lo menos la escritora tuvo la honestidad de dar a conocer sus razones. Con las que podemos o no concordar, al final, afirma que no abandona a Jesús, sino a su seguidores. El caso de Rice no es excepcional, de hecho hay un gran movimiento de personas por el mundo que se declaran cristianos, pero que no quieren saber nada de la iglesia. Tal vez ese sea tu caso. Eres un cristiano sin iglesia. Bueno, no me toca a mi juzgarte, es cierto que en ocasiones al voltear a ver a la iglesia notamos que no se parece mucho a Jesús.

Lo interesante es que en los evangelios la polémica y la animadversión no se da en contra de los seguidores de Jesús. Cierto es que aun no existe la iglesia y los que le siguen todavía no entienden bien a bien de qué se trata. El conflicto se da en contra de Jesús mismo. Es él la causa de la polémica y de las controversias que sostiene con sus contemporáneos. Desde el inicio de su evangelio, Juan ha dejado saber lo que Jesús encontraría entre sus paisanos: “Vino a lo que era suyo; pero los suyos no lo recibieron” (1:11)

¿Por qué rechazaron a Jesús? Juan tiene su diagnóstico en el mismo primer capítulo, él nos dice que el mundo rechazó la luz. Claro que nuestro primer pensamiento es que los que rechazan a Jesús son una personas “echadas a perder”, inmorales, criminales, mentirosos; pero no es así. Será justamente al contrario. Y en el párrafo que veremos enseguida se muestra con toda claridad que el rechazo a Jesús provino de los representantes de la religión judía, de los sacerdotes, de los fariseos, de los saduceos. Es decir, de los religiosos de su tiempo. De los que tienen la ley como norma suprema de vida y están comprometidos en cumplir cabalmente con los 613 mandamientos que hay en la ley de Moisés. Aquí hemos llegado al punto central de todo el ministerio de Jesús. Su actitud respecto a una religión que enseña que la salvación se logra mediante la observancia estricta de la ley. Especialmente los fariseos eran los grandes defensores de la observancia puntual de toda la ley. Sus rabinos dedicaban toda su vida a discutir si ponerse una curita en sábado era transgredir la ley. Hoy, no obstante, estamos ante un problema mayor, porque exigir que se cumpla con todos los preceptos de una religión, puede ser llevado al extremo y entonces caemos en el legalismo, las normas por las normas mismas aunque estas pudieran causar un daño mayor o privar de un beneficio a una persona.

Si seguimos la revelación del Espíritu Santo dada a Juan, encontramos que hay una radicalidad sorprendente en sus palabras, más aún, cuando son puestas en la boca de un judío y más aún cuando se trata de la relación del Mesías, Jesús, con la ley. Lo más lógico es que haya una concordancia absoluta entre la ley y el Mesías.  Sin embargo, ya desde el primer capítulo Juan va a dejar las cosas muy claras, cosas que pone en labios del Bautista, veamos, en 17: “pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.” Lo que estamos encontrando es que, como suele pasar en muchas ocasiones, nos quedamos viendo la señal y no vemos hacia donde la señal apunta. Es decir, la ley no tiene un propósito en sí misma, se trata de que la ley apunte hacia Jesús, que la ley abra la puerta para que las personas encuentren su camino a Dios. Pero esto no ha sido así, y más adelante el Nuevo Testamento señalará que esto no es así porque la propia ley encuentra su límite en la falibilidad humana. Nadie puede llegar a Dios cumpliendo con la ley, porque nadie puede cumplir con la ley. 

Veamos, entonces este extraordinario pasaje de las Escrituras, Juan 5:1-15

“Algún tiempo después, se celebraba una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén.

Las indicaciones de Juan son mínimas, hay mucha indeterminación, aquí no se señala cuánto tiempo después ni de que fiesta se trate.   

Había allí, junto a la puerta de las Ovejas, un estanque rodeado de cinco pórticos, cuyo nombre en arameo es Betzatá (Betesda RVR1960). En esos pórticos se hallaban tendidos muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos se encontraba un hombre inválido (enfermo RVR1960) que llevaba enfermo treinta y ocho años. 

No es un lugar aprobado por el judaísmo, se trataba de la expresión de lo que hoy se conoce como religiosidad popular, había mucha gente enferma: ciegos, cojos y paralíticos. No debemos elaborar mucho sobre este dato, pero son enfermedades que afectaban la visión y la motricidad. Enfermedades incapacitantes, crónicas. No se menciona el nombre del enfermo, ni su enfermedad (es una inferencia de los traductores de la NVI), pero si se señala que llevaba enfermo 38 años. Es decir, una muy larga enfermedad.

Cuando Jesús lo vio allí, tirado en el suelo, y se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó:

Entre toda la multitud de enfermos Jesús pone sus ojos en este hombre, la narrativa señala dos cosas: está tirado en el suelo y con mucho tiempo enfermo

—¿Quieres quedar sano?

            La pregunta es un poco asombrosa, pero Jesús solía hacer preguntas, recuerden la escena de Jesús con la samaritana, porque la respuesta negativa parecería inverosímil. La pregunta involucra al enfermo en su propia salud.

—Señor —respondió—, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua y, cuando trato de hacerlo, otro se mete antes.

            Si la pregunta nos parece extraña, la respuesta lo es más, porque el enfermo responde como la mayoría de nosotros, respondemos cosas que no nos preguntan. ¡Cuántas veces nos han dicho o hemos dicho, no te pregunté eso! La respuesta del enfermo viene desde el no, desde su postración e incapacidad.

—Levántate, recoge tu camilla y anda —le contestó Jesús.

            No podemos olvidar la segunda señal de Jesús en Galilea, cuando devuelve la vida al hijo del funcionario, no está ahí para sanarlo, sólo su palabra ha sido suficiente. En este pasaje no tiene que tocarlo, simplemente dice la palabra. Tres cosas le pide que haga: que se levante, que recoja su camilla y que empiece a caminar. Una vez más no es preciso elaborar mucho sobre los tres verbos. No hay aquí una agenda de sanidad, sino una indicación enfática y extraordinaria. El que está postrado ha de levantarse y volver a caminar.

Al instante aquel hombre quedó sano, así que tomó su camilla y echó a andar. Pero ese día era sábado. 10 Por eso los judíos le dijeron al que había sido sanado:

—Hoy es sábado; no te está permitido cargar tu camilla.

            Llegamos al verso clave de toda la narrativa. Por ello no es importante que Juan señale de qué fiesta se trataba, ya que lo que realmente quiere resaltar es que el milagro se realiza el día sábado, que es el día de reposo. De los tres verbos, el que rompe la ley de acuerdo a los judíos es cargar la camilla.

11 —El que me sanó me dijo: “Recoge tu camilla y anda” —les respondió.

12 —¿Quién es ese hombre que te dijo: “Recógela y anda”? —le interpelaron.

13 El que había sido sanado no tenía idea de quién era, porque Jesús se había escabullido entre la mucha gente que había en el lugar.

            No es una respuesta inadecuada ni en el sentido de una delación, es una respusta simple. Ni siquiera conoce el nombre de Jesús. Pero da testimonio del milagro. Podía haber dicho como el ciego: no se quién me sanó, pero una cosa se, que estaba yo postrado y ahora puedo cargar y caminar.

14 Después de esto Jesús lo encontró en el templo y le dijo:

—Mira, ya has quedado sano. No vuelvas a pecar, no sea que te ocurra algo peor.

15 El hombre se fue e informó a los judíos que Jesús era quien lo había sanado.”

            Una segunda escena se desarrolla ahora en el templo, en donde Jesús encuentra al hombre sanado. Una primera lectura nos da la idea de que Jesús está afirmando que su enfermedad era consecuencia de su pecado, como un castigo. Pero no es la lectura más adecuada, se trata más bien de una señal del cambio de vida. Si ya has sido sanado, entonces vive como una persona sana. Porque como bien señalará el Maestro, el árbol se conoce por su fruto. De hecho, podemos encontrar muchos ejemplos de personas que han sido sanadas en su cuerpo que tienen una vida desordenada.

Ahora bien, como Juan nos dirá al final del evangelio, Jesús hizo otras muchas señales milagrosas en presencia de sus discípulos (20:30) Así es que Juan ha seleccionado algunas señales paradigmáticas, ejemplares. Es el caso de esta señal. El enfermo que vuelve a caminar, la expresión que usa Jesús es la misma de la resurrección, levantarse a la vida, volver a vivir. Y el tema de esta mañana, Jesús y la ley. Es en su relación con la ley que Jesús revelará la singularidad y grandeza de su persona y de su ministerio. Los judíos no han podido ver en él al Mesías, a quien da cumplimiento cabal a la ley, se han quedado en el “preámbulo” en lo que Pablo llamó el pedagogo que conduce a Cristo. Y en ceguera espiritual los judíos han hecho de la ley un fin en sí mismo, por ello su obsesión por no dejar pasar uno sólo de los mandamientos. Jesús observará en esa neurosis un corazón descompuesto: son como sepulcros, muy bonito por fuera pero muy sucio por dentro. Para esas personas no es importante que el hombre esté sano, lo que importa es que está cargando la camilla cuando ellos piensan que no debe hacerlo.

            La Escritura es como un martillo. No nos da elementos para andar juzgando a los demás, sino para observarnos a nosotros mismos, para escudriñar nuestro corazón. ¿Porque si Jesús nos nos ha devuelto a la vida, entonces, en qué consiste nuestro seguimiento de Jesús? No hay fe enJesús y testimonio de su poder sanador si el enfermo no se ha levantado, no ha cargado su camilla y no se ha puesto a caminar. Jesús tiene poder para volvernos a la vida, para dotarnos de fuerza para vivir, una vez que hemos depositado en él nuestra fe. Es también una palabra de liberación sobre la neurosis en la que muchos viven hoy observando todo tipo de reglas, leyes y normas, no sólo en el campo de las leyes religiosas, sino en las de la salud. Hay una obsesión por el bienestar que es testimonio de la enfermedad. Jesús nos hace libres de esa neurosis que se ha convertido para muchos en una obsesión sobre el bienestar de su cuerpo y la belleza de su figura. Jesús libera de una religiosidad que oprime, esclaviza, señala y discrimina. Hay dos elementos que dan testimonio de que una persona se ha levantado de su postración: su capacidad de trabajo y su capacidad de amar. Se carga la camilla y se camina. Se ama y se deja ser amado.          

¿Quieres ser sanado?

Domingo 14 de junio del 2020

Homilía XVIII- primera parte

¡Levántate!

5:1-46

                 Al Señor Jesús le interesa la salud de las personas, a los religiosos sus tradiciones. El tercer milenio nace con un mosaico de cultos, religiones, sectas y credos. Coexisten antiguas religiones como el hinduismo, el budismo, el islamismo y el cristianismo, con las contemporáneas cienciología , mormones, testigos de Jehová y movimientos como la nueva era. Jesús fue un agudo crítico de la religiosidad de su tiempo. Sus adversarios no fueron los paganos, sino las diferentes sectas judías que se peleaban el monopolio de Dios. Una y otra vez lo vemos polemizando con fariseos, escribas y sacerdotes.

Una religiosidad vacía

     El diálogo con los judíos muestra el perfil de la religiosidad a la que se enfrenta nuestro Señor: la prioridad que daban a la observancia estricta de sus tradiciones y que en el fondo oculta su incredulidad. Realidad espiritual que se muestra por sus carencias: no conocen a Dios, ni reciben su palabra, ni tienen su amor. Alguien ha dicho que una herejía es una verdad distorsionada, asimismo la religiosidad suele ser una máscara que oculta la tragedia humana.

  • Las tradiciones. Los judíos contemporáneos a Jesús, habían visto surgir el movimiento fariseo como un esfuerzo por rescatar la pureza de su fe de la influencia griega sufrida durante los años de la diáspora. Pero su preocupación por rescatar la observancia estricta de la ley, les había conducido a un legalismo absurdo. Cayendo en el extremo de regular cada una de las acciones humanas. Es el caso de la ley sobre el sábado. El enfermo que encuentra Jesús junto al estanque de Betesda no puede ser sanado y mucho menos tiene permitido cargar su camilla en sábado porque transgrede la ley de acuerdo a la opinión de los judíos. Los enfermos, ciegos, cojos y tullidos echados en el suelo junto al estanque podían esperar a un “día hábil” para ser sanados.
  • Su relación con Dios. Los religiosos se identifican con una serie de reglas y mandamientos que les dan un aparente sentimiento de seguridad y orden. Se preocupan por estar en armonía con los astros, las leyes naturales, su voz interior, la conciencia universal, la energía o las tradiciones, pero se olvidan de Dios. Más aún, se escandalizan ante su presencia (vs. 18) y lo persiguen, como hacen los judíos con Jesús. Como bien dice el prólogo del evangelio, a los suyos vino; pero no lo recibieron, porque amaban más las tinieblas que la luz (1:18ss).
  • Sus carencias. Jesús hace tres afirmaciones radicales sobre los judíos: no conocen a Dios, no reciben su palabra y no tienen su amor.
    • “No han oído su voz ni le han visto”  (vs. 38) Jesús afirma que los judíos no conocen a Dios, porque no pueden verlo manifestándose en él. Conocen el testimonio del Bautista y las señales que testifican de la presencia del Padre, pero cierran su corazón al Hijo. Construyen un sustituto que no es mas que una caricatura del verdadero Dios, porque no lo ven ni lo escuchan. Están indispuestos a la manifestación de Dios que no se circunscriba a sus estrechos cánones religiosos.
    • No permiten que la palabra permanezca. Escudriñan las Escrituras; pero cierran sus ojos al cumplimiento de las mismas, leen pero no entienden. No carecen de inteligencia, sino de fe.
    • No tienen el amor de Dios. Finalmente Jesús afirma que los conoce  y sabe que no tienen el amor de Dios. Su religiosidad es un caparazón para ocultar su insensibilidad y dureza de corazón.

La religiosidad contemporánea está tan lejos de Dios como lo estuvo la de ayer. Vive sumida en tradiciones y rituales; pero no escuchan al Señor, ni reciben su palabra, ni abren su corazón al amor. Es, por un lado, un fanatismo oscuro y legalista y por otro una religiosidad light, sin compromiso: un corazón vacío. 

Una fe viva

            Jesús no pasa por alto la condición del hombre enfermo durante 38 años. Como muchos otros enfermos se encontraba tendido en el suelo, sin posibilidad de llegar al estanque. Su situación es no sólo de enfermedad, sino de impotencia para valerse por sí mismo. El hombre es sanado, pero la señal apunta a algo aún mayor, al propósito de la fe y de la acción de Dios.

  • La fe es salud. La sanidad del hombre es importante, pero la señal apunta al amor de Dios por todo ser humano. La presencia del reino libera a las personas de ataduras crónicas de enfermedad que los sumen por años en el dolor y la incapacidad. Nunca podrá ser más importante la observancia de una tradición religiosa, que la presencia salutífera del reino en mujeres y en hombres porque para Dios las personas importan.
  • La fe es afirmación. La sanidad se antecede por una pregunta del maestro, ¿quieres recobrar la salud? Porque ¿cómo podría el reino llegar a la vida de una persona que ama más las tinieblas que la luz o que se ha resignado a su condición? Una vez sano, el hombre debe ponerse en pie, tomar su camilla y caminar. Jesús no pone al hombre bajo una nueva dependencia, rompe sus cadenas y le deja en libertad. Sólo le pide que cuide su vida, a fin de que no le acontezca algo peor (vs. 14).
  • La fe es vida. Si la religiosidad oprime, esclaviza y daña, la fe en Jesús da vida. Él afirmó que el Hijo da vida a quien quiere. Y además dijo que el que cree al Padre, tiene vida eterna y no será condenado, pues ha pasado de muerte a vida (vs. 24)

Jesús le dijo al enfermo crónico, levántate, toma tu camilla y anda. Es el mensaje que hoy proclama la iglesia. No pasemos por alto la enseñanza del maestro, a Dios le importan las personas, le importa sanarlas, levantarlas y ponerlas sobre sus pies a caminar; a Dios le importa que el hombre crea, para que tenga vida eterna y no sea condenado.

Jesús plantea la misma pregunta hoy, ¿quieres recobrar la salud? ¿Son suficientes treinta y ocho años atados a la misma camilla, en postración? ¿No ha llegado la hora de permitir que Jesús sane tu cuerpo y tu corazón, te levante y ponga sobre ti la capacidad de cargar con la camilla y caminar? ¿Ha llegado el momento de responder a su invitación de vida para dejar atrás la muerte y la condenación? Hoy, no es momento para discutir acerca de tradiciones religiosas, sino para tener una relación viva, personal y salvadora con Jesús. Es él quien se interesa verdaderamente por la vida de las personas. ¡A él sea la gloria! Amén.

Domingo 2 de julio del 2000

XVII

¿PROBLEMAS PARA CREER?

Juan 4:39-54

Fue el filósofo griego Diógenes quién dijo, “mientras más conozco al hombre más quiero a mi perro”. ¿Problemas para creer… en el ser humano? En uno de los bálsamos que enviamos cada mañana, les mencioné la respuesta del poeta Javier Sicilia a una pregunta que le formuló su entrevistador en la radio sobre la llamada Cuarta transformación, él, escuetamente dijo, la 4T no puede fallar, porque si nos falla, ¿qué nos queda? ¿Problemas para creer en los políticos, en los científicos, en los deportes?

Dejar de creer es un problema muy serio. Sume en la desesperanza y en la desilusión. ¿Conoces personas descreídas? Ya sabe a qué me refiero.

El ser humano lo es porque puede creer. Y es tan importante que la Escritura le llama un don de Dios. 

La disyuntiva no es, sin embargo, creer o no creer. Sino qué creer y en quien creer. Eso hace una enorme diferencia. También, la pureza de esa creencia, es decir, su dosis de verdad, de autenticidad, de honestidad. Es por eso que cuando se trata de creer en el ser humano, en los políticos, en los deportistas, en los artistas, lo mejor es irse con pies de plomo y no caer en el fanatismo de quien cree a ojos cerrados y luego se lleva la gran desilusión de su vida. Por ello, es conveniente ver, observar, escuchar, investigar. Eso fue lo que hicieron los samaritanos, salieron a ver a Jesús y luego lo invitaron a quedarse con ellos dos días, al final de los cuales hicieron una pública declaración de fe. Jesús deja Samaria y continúa su viaje hacia Galilea, cambia de lugar, pero no la gran pregunta sobre creer o no en él.

43 Después de esos dos días Jesús salió de allí rumbo a Galilea 44 (pues, como él mismo había dicho, a ningún profeta se le honra en su propia tierra). 45 Cuando llegó a Galilea, fue bien recibido por los galileos, pues estos habían visto personalmente todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, ya que ellos habían estado también allí.

46 Y volvió otra vez Jesús a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. 47 Cuando este hombre se enteró de que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a su encuentro y le suplicó que bajara a sanar a su hijo, pues estaba a punto de morir.

48 —Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios —le dijo Jesús.

49 —Señor —rogó el funcionario—, baja antes de que se muera mi hijo.

50 —Vuelve a casa, que tu hijo vive —le dijo Jesús.

El hombre creyó lo que Jesús le dijo, y se fue. 51 Cuando se dirigía a su casa, sus siervos salieron a su encuentro y le dieron la noticia de que su hijo estaba vivo. 52 Cuando les preguntó a qué hora había comenzado su hijo a sentirse mejor, le contestaron:

—Ayer a la una de la tarde se le quitó la fiebre.

53 Entonces el padre se dio cuenta de que precisamente a esa hora Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Así que creyó él con toda su familia.

54 Esta fue la segunda señal que hizo Jesús después de que volvió de Judea a Galilea.”

Mantengamos dos aspectos de lo que hasta ahora hemos leído. Revelación y fe. La revelación tiene que ver con quién es Jesús. Poco a poco él va mostrando con mayor claridad quién es él. Desde el inicio de su ministerio público. Imaginemos que estamos ante una bella pintura y poco a poco se va retirando el velo que la cubre para mostrarla, posteriormente se abren las ventanas para que entre la luz y la muestre en toda su belleza. La pintura no es realista, sino tiene ciertos aspectos que deben ser interpretados, comprendidos. Lo que Jesús hace para ser comprendido es dar algunas señales, como solemos hacer en ciertos acertijos, “te voy a dar una señal para que adivines” Con Jesús no es una adivinanza, pero él nos ayuda a comprender quién es él dando señales. La primera que realizó en Caná fue convertir el agua en vino, el evangelio dice que él reveló su gloria, 2:11 y en el pasaje que hemos leído hoy encontramos una segunda señal.  Él también se revela por medio de sus palabras, de lo que él dice de sí mismo. Es por eso que ha sido especialmente importante su diálogo con la samaritana, “soy yo, el que habla contigo” 4:26.

El otro aspecto es fe, es creer en él. Jesús se revela, las personas son invitadas a creer en él. El bautista es quien hasta ahora ha hecho la mayor declaración de fe, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” 1:29, el Hijo de Dios, 1:34, posteriormente Natanael, tu eres el hijo de Dios, el rey de Israel, 1:49 y una vez más el bautista, el enviado de Dios que comunica el mensaje de Dios, 3:34, en quien Dios ha puesto todo en sus manos, 3:35, le siguen los samaritanos, “el Salvador del mundo” 4:42. Poco a poco, en medio de muchas dificultades, las personas van comprendiendo algunos aspectos de Jesús, la frase de la samaritana es paradigmática, “acaso té eres mayor que…”

Creer en Jesús como maestro, como profeta, como sanador, como enviado de Dios, como Mesías, como rey de Israel. Hace algunos años tuve una conversación con una maestra sobre Jesús y en cierto momento me preguntó, “¿acaso tú eres un enviado?”. Me sorprendió un poco la pregunta, como que tenía un halo de misterio; le dije, bueno, de cierta manera si.

¿Quién es Jesús? Porque de acuerdo a todo el evangelio el asunto central es ese, ¿quién es Jesús? Para contestar esa pregunta Jesús se va revelando y las personas son desafiadas a creer.

¿Recuerdan el cuestionamiento – pregunta del joven al final de un estudio bíblico? Pastor, Jesús no es Dios, Jesús es el Hijo de Dios. Creo que esta frase tampoco estaba clara para él, ya que afirmar que Jesús es el Hijo de Dios es afirmar que el es el Mesías de Israel. Verdadero pero no suficiente. Muestra un aspecto de quien es él; pero no lo muestra en plenitud. Los samaritanos y el bautista entenderán que la tarea de Jesús va más allá de las fronteras de Israel, se trata del mundo y la señal de la transformación del agua en vino habla de algo completamente nuevo. 

            En resumen, hay dos aspectos presentes hasta aquí, la revelación de Jesús y la fe de las personas.

                  Y hay, dos retos enormes para que Jesús sea conocido hoy como lo fue ayer. Las décadas pasadas el reto mayor era la incredulidad, el positivismo científico, el materialismo en los países comunistas, tenían la marca del ateismo. La iglesia necesitaba dialogar con los ateos para dar razón de Jesús. Hoy, el reto mayor es la espiritualidad, la credulidad. Basta ver en la mesa de los libros de las librerías o en la lista de los libros más vendidos para darnos cuenta de este reto. Tengo algunos títulos, aunque no estoy seguro si se los comparto, porque seguro que acabando el sermón se van a lanzar a comprarlos. Bueno, allá ustedes si quieren perder su dinero y su tiempo: Guía de la grandeza, El camino de la espiritualidad, Llegar a la cima y seguir subiendo, Más allá del miedo, El despertar de la conciencia, El salto, el mapa del despertar espiritual.

Hay un tercer reto, es el que estamos enfrentando al interior del cristianismo, similar al que enfrentó Jesús con los samaritanos, la mezcla de la fe con las religiones paganas.

            Las necesidades espirituales son tan legítimas como la necesidad de comer y de beber, de cubrirse del frío, de ser amado, de realizarse en la vida. Pero hay de formas a formas de satisfacer nuestras necesidades. Las cosas que estamos dispuestos a hacer y a creer cuando tenemos sed, cuando tenemos frío, cuando estamos abandonados, cuando estamos frustrados. Es fácil caer en el precipicio de todo tipo de creencias, algunas no solamente equivocadas y falsas, sino dañinas. Entiendo bien que estamos en una sociedad plural, que no es políticamente correcto juzgar a otros; pero no sólo se trata del respeto de las creencias de los demás, sino de la verdad de las creencias.  Y vivimos en un terreno tan resbaladizo que no hay que olvidar lo que dijo el Apóstol Pablo, el que esté firme, mire no caiga.

            Se trata de Jesús. Recordemos lo dicho por el bautista, solamente él ha venido del cielo. Sólo el puede revelarnos lo que ha escuchado en el seno mismo del Padre.

            Juan nos muestra en el evangelio la manera en que las personas creen. Y aquí debemos poner atención en una palabra: señal. El texto final del capítulo 4 dice Juan que se trata de una segunda señal que Jesús hizo en Galilea. La primera, transformar el agua en vino. La segunda, se trata de la vida del hijo de un funcionario real. Y esta segunda señal es my importante porque dirige la atención de los lectores a una verdad esencial en relación con la fe en Jesús. Dado que mucha gente necesita ver milagros para creer. Lo interesante del pasaje es que Jesús no dice, tu hijo es sanado, lo que sería lógico ya que se trata de un enfermo. Sino que Jesús dice: tu hijo vive. La vida del hijo del funcionario ha sido resultado de la palabra de Jesús. Jesús no lo puede tocar, ni puede ser tocado. Es solamente el poder de su palabra. Esa será la verdad que Juan seguirá tejiendo a la luz de todo el Evangelio, creer en Jesús, creer en su palabra. No quedarse como conejo en medio de la carretera deslumbrado por la señal, por la imagen, por el ídolo, por lo sobrenatural, por lo mágico.

Decíamos que hay un gran reto en la credulidad. El reto es poner nuestra fe en el lugar correcto; porque el pasaje de hoy nos dice que la consecuencia de poner la fe en el lugar correcto, en Jesús y su palabra, tiene como resultado la vida. Lo importante del hijo del funcionario no es que esté sano, sino que está vivo. Hay muchas creencias nocivas, dañan. Cuando te das cuenta ya te manipularon, ya te sacaron el dinero y ya te hicieran caer en las fantasías más inverosímiles.

Los animales no pueden creer, tampoco las plantas, ni las piedras, ni los astros celestes. Creer es propio del ser humano. Sólo el ser humano puede creer. De tal manera que perder la fe, perder la capacidad de creer es mutilarse, limitarse, deshumanizarse. Caer en el cinismo, en el egocentrismo más absurdo. La clave es en quién creer. Recuedan la frase de Sicilia, “si x falla, que nos queda”. ¿Y ustedes que creen?

Domingo 7 de junio del 2020

XVI

JESÚS EN SAMARIA, LA RESPUESTA

Juan 4:39-42

Hace algunos años dando un estudio bíblico, llegamos al tema de la divinidad de Jesús. Justamente en Juan se da un amplio testimonio acerca de esta verdad. Al final del estudio bíblico, en el tiempo de las preguntas-respuestas, un joven que tenía asistiendo a la iglesia muchos años, me preguntó, ¿Pastor, por qué dice que Jesús es Dios, él es el hijo de Dios? Contesté su pregunta, pero al final del culto permaneció en su comentario. Una de las cosas que le respondí es que justamente el término Hijo de Dios se refiere a su deidad.

¿No piensan ustedes que con Jesús nos ha pasado lo que le suele pasar a muchas personas que viven con alguien pero no saben a ciencia cierta quién es? De repente, conversamos con alguna persona ajena a nuestro círculo de relaciones y nos dice algo sobre la persona con la que vivimos y con extrañeza le preguntamos ¿pero, de quién estás hablando? Hemos vivido con Jesús por años, decenios, y siglos y sigue siendo una persona desconocida para millones de personas. Decíamos la semana pasada que en la samaritana y los discípulos había un problema común de comprensión y de sintonía con Jesús; pero nosotros somos herederos de veinte siglos de cristianismo, pareciera que ese problema debería estar sanjado. Las personas son bautizadas de niños y siguen un caminito muy bien trazado. Pero no, Jesús sigue siendo ese gran conocido – desconocido.

Sobre la persona de Jesús contamos con un testimonio muy amplio. Aunque no muchos van a la fuente misma de la historia de Jesús en la Escritura, por lo menos han recibido la tradición de su iglesia, cualquiera que esta sea, han leído algún libro, sostenido alguna conversación, han visto alguna película, como La Pasión de Mel Gibson, etc.

¿Ignorancia, falta de comprensión? Es por eso que miles de personas andan en búsqueda.

Las Escrituras dan testimonio de Jesús. Juan nos muestra con mucha claridad los problemas que las personas tuvieron para entenderlo a él y entender su misión, el propósito de su vida. Un testimonio que fue primero, acontecimiento y posteriormente quedó fijo en un texto que nos sigue hablando, interpelando, llamando, convocando, abriendo un nuevo horizonte y una nueva vida. Así que en el texto de hoy nos encontraremos con una historia que, sin duda, es el clímax del capítulo 4 de Juan y que encierra, en síntesis, lo que Juan busca en todo su evangelio: que sus lectores crean que Jesús es el Hijo de Dios y para que creyendo, tengan vida eterna.

            No hay duda que la cuarta escena del paso de Jesús por Samaria es el clímax del relato. Los samaritanos tomarán su propia decisión en relación con Jesús. Sin duda, que ese es el final de toda historia, determinar qué es lo que haremos, que determinación tomaremos, qué camino vamos a seguir.  Leamos:

39 Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer: «Me dijo todo lo que he hecho». 40 Así que cuando los samaritanos fueron a su encuentro le insistieron en que se quedara con ellos. Jesús permaneció allí dos días, 41 y muchos más llegaron a creer por lo que él mismo decía.

42 —Ya no creemos solo por lo que tú dijiste —le decían a la mujer—; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo.”

            Este último párrafo, nos presenta a Jesús en una dimensión totalmnete extraordinaria que supera con mucho cualquier otra afirmación sobre él en los capítulos anteriores. Será en la boca de paganos que salga esta expresión. Recordemos, para la samaritana Jesús empieza siendo no más que un judío atrevido, posteriormente le llama señor, y hasta profeta, al final del diálogo de la mujer con Jesús aparece el término Mesías, sus discípulos le llaman maestro, pero el clímax, sin duda es la expresión en boca de los samaritanos, éste es el Salvador del mundo. Todas y cada una de las expresiones son verdaderas; pero la última lleva a la persona y misión de Jesús más allá de las fronteras del pueblo de Israel, Salvador del mundo.  Juan 3:17 dice: “17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él ».

            La mujer samaritana acierta tres veces, Jesús es judío, Jesús es señor, Jesús es un profeta; pero parace que no escuchó cuando Jesús le dice, yo soy el Mesías. Los discípulos aciertan, Jesús es maestro. Pero los que realmente aciertan son los samaritanos, después de pasar con él dos días, afirman, «ya no creemos por lo que tú nos has dicho, nosotros creemos que Jesús es el salvador del mundo».

            ¿Por qué crees? Necesitas pasar tiempo con Jesús. Tú, de manera personal, conocerlo, escucharlo, para que puedas creer en él no sólo como tu salvador personal, sino como el Salvador del mundo. Es necesario salvar a los animales en extinsión, Jesús es el salvador del mundo, es urgente salvara a la humanidad de enfermedades y pandemias, Jesúes es el Salvador del mundo, mucho está en juego si no salvamos al mundo de la violencia, la saña, la injusticia, la pobreza, Jesús es el salvador del mundo. Cierto, pero todas estas preocupaciones mayores no deben hacernos olvidar que cada persona necesita ser salva, es decir, rescatada, redimida, restaurada, perdonada, amada. La salvación del alma no es una pequeña parte que deja afuera todo lo demás. Las personas son seres integrales y la salvación de Jesús alcanza todo lo que somos: nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestras relaciones, nuestro lugar en el mundo, y nuestro espíritu. No solo vamos a ser salvos cuando muramos y nuestra alma vaya al cielo, somos salvos ahora, y estamos siendo salvos cada día.       

Cuando una persona va a ser bautizada, le pregunto. ¿has creído en Cristo Jesús como el único y suficiente salvador de tu alma? Único y suficiente. Mas allá de una tradición y mas allá del testimonio de otras personas, está la decisión personal. El salvador del mundo vino para que todo aquel que crea en él, no se pierda. El Salvador rescata, pone a salvo, restaura, perdona, sana, y vivifica. Nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro cuerpo, nuestras relaciones. Su salvación no deja nada fuera.

Como los samaritanos, la mayoría de nosotros recibimos el testimonio sobre Jesús de nuestros padres, de nuestra educación, de nuestra tradición; pero no todos podemos decir como ellos, ya no creemos por lo que tú nos has dicho, sino lo hemos oído nosotros mismos y creemos que él es el Salvador del mundo.

Te invito a que me acompañes en esta oración

Domingo 31 de mayo del 2020

XV

JESÚS EN SAMARIA, LA COSECHA

Juan 4:27-38

Los educadores están alarmados por los resultados de los exámenes de los estudiantes de secundaria. Los adolescentes pueden leer; pero no comprenden lo que leen; saben escribir; pero con dificultad redactan un párrafo bien escrito. Este diagnóstico me recuerda la escena de Felipe y el etíope registrada en el libro de los Hechos: “30 Felipe se acercó de prisa a la carroza y, al oír que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: —¿Acaso entiende usted lo que está leyendo? 31 —¿Y cómo voy a entenderlo —contestó— si nadie me lo explica? Así que invitó a Felipe a subir y sentarse con él. Hechos 8 NVI

Los estudiantes y el etiope comparten la misma batalla, entender lo que leen. Pero, permítanme plantearles tres preguntas similares: ¿entienden lo que está pasando en el mundo? Bueno, un poco, hay un microorganismo que está causando un verdadero desastre. La segunda es, ¿entiendes qué está pasando contigo? Bueno, entenderme a mí mismo ya es mucho pedir. Y hagamos la tercera pregunta, ¿entiendes al Señor Jesús? Bueno, ya es demasiado, eso le toca a los religiosos, a los eruditos, a los teólogos.

Pues parece que el problema está en el entendimiento, en la comprensión: entender lo que leemos, entender lo que pasa en el mundo, entendernos a nosotros mismos y al último; aunque debiera estar al principio, entender a Dios, entender al Señor Jesús.

El niño explota sentado a la mesa haciendo su tarea de álgebra, ¡no entiendo nada! Y además esto para que me sirve, si yo no voy a ser matemático. El ciudadano explota escuchando el informe diario y leyendo su Face, ¡no entiendo nada! Una curva que es plana. El paciente explota con su psicoanalista, ¡es que usted no me entiende doctor! Y los discípulos explotan interiormente porque no entienden a Jesús: ¿qué se trae con esta mujer? ¿quién le trajo de comer?

Así que se trata de entender. Mi maestra de la clase de Introducción a la filosofía tenía razón cuando nos dijo: jóvenes, al final de sus cuatro años de estudio, ustedes, si bien les va, van a aprender dos cosas: 1) van a aprender a leer y 2) van a aprender a escribir.

Ya lo decía el poeta mexicano Renato Leduc

Sabia virtud de conocer el tiempo

A tiempo amar y desatarse a tiempo;

Como dice el refrán: dar tiempo al tiempo,

Que de amor y dolor alivia el tiempo

La tercera estrofa termina diciendo:

Amar queriendo como en otro tiempo

Ignoraba yo aún que el tiempo es oro

Cuánto tiempo perdí, ay, cuánto tiempo

Con toda seguridad una de las claves de la vida es saber la respuesta a esta sencilla pregunta ¿Qué hora es? Sabia virtud de conocer el tiempo. El tiempo que estamos viviendo, tu tiempo de vida, el tiempo de Dios. 

Hay que poner a tiempo nuestro reloj. Sincronizarnos. Porque como me decía hace años un jefe: “no basta tener razón, sino tenerla a tiempo”. No basta tener un buen trabajo, sino tenerlo a tiempo.

Hace años conocí a un agricultor en el bajío mexicano, sembraba lo que conocemos como chile poblano. Tenía una extensión de tierra bastante considerable, Me decía, mire, ya hice todo lo que tenía que hacer, preparé la tierra, sembré una buena semilla, cuide la plantita con su fertilizante, su agua. Ya va creciendo el sembradío, ya hice todo lo que tenía que hacer. Ahora me pongo en las manos de Dios.

Es el Señor quien dijo: ya es tiempo de cosechar. Pero como dice la tercera ley de Newton, a toda acción le sigue una reacción inversamente proporcional: cuando un martillo golpea un clavo, con la misma fuerza el clavo golpea al martillo. Basta que alguien diga si, para que otro diga no.

            La tercera escena del relato del paso de Jesús a Samaria tiene mucho que ver con estar a tiempo, con el tiempo de Dios. Leamos

            27 En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer, aunque ninguno le preguntó: «¿Qué pretendes?» o «¿De qué hablas con ella?»

Los discípulos no entienden la razón de ese diálogo, de la conversación de Jesús con la samaritana

28 La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente:

29 —Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?

            La mujer no está lejos de sintonizarse con Jesús, por lo menos se plantea una pregunta.

30 Salieron del pueblo y fueron a ver a Jesús. 31 Mientras tanto, sus discípulos le insistían:

—Rabí, come algo.

            La súplica de los discípulos manifiesta tanto preocupación como incomprensión.

32 —Yo tengo un alimento que ustedes no conocen —replicó él.

33 «¿Le habrán traído algo de comer?», comentaban entre sí los discípulos.

34 —Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra —les dijo Jesús—. 35 ¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”? Yo les digo: ¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura; 36 ya el segador recibe su salario y recoge el fruto para vida eterna. Ahora tanto el sembrador como el segador se alegran juntos. 37 Porque como dice el refrán: “Uno es el que siembra y otro el que cosecha”. 38 Yo los he enviado a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo. Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han cosechado el fruto de ese trabajo.

            Jesús dice ya es el tiempo, el tiempo de la cosecha. Los campos están listos. Es tiempo de cosechar vidas que están dispuestas a escuchar el mensaje del reino de Dios.

            Los discípulos son desafiados a ponerse a tiempo con Dios y a sumarse a la misión de Dios. 

Dice el Salmo 126 “Las lágrimas que derramamos cuando sembramos la semilla se volverán cantos de alegría cuando cosechemos el trigo.” TLA.

Las lágrimas surcan el rostro del agricultor cuando puede levantar una cosecha abundante. Finalmente, ¡pudimos cosechar.

Procrastinar es una palabra rara y una muy mala actitud, significa posponer o aplazar tareas, deberes y responsabilidades por otras actividades que nos resultan más gratificantes pero que son irrelevantes. Es, también, una forma de evadir, usando otras actividades como refugio para no enfrentar una responsabilidad, una acción o una decisión que debemos tomar.

Es tiempo de ir a cosechar y no podemos procrastinar, posponer o aplazar nuestra tarea. No podemos evadir. Tenemos responsabilidades y tenemos que actuar. Porque la Carta de Santiago dice: “26 Pues, como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” Santiago 2 NVI

Domingo 24 de mayo del 2020

XIV

JESÚS EN SAMARIA, LA ADORACIÓN

Juan 4:16-26

LA ADORACIÓN tiene un significado que va mucho más allá de lo que se ha llamado liturgia. En la historia de Israel se trataba de fidelidad o de idolatría, de la legitimidad o no del culto. Los abismos en los que cayó Israel y las grandes reformas de su vida como nación estuvieron determinados por su adoración. Así que estamos entrando en un territorio santo, vale la pena hacerlo con los pies descalzos. 

La continuación del capítulo 4 de Juan, a partir del verso 16, nos relata una profunda diferencia entre el pueblo judío y los samaritanos. La controversia fue motivada por la adoración, sólo que en este caso no se trató del tipo de liturgia o del tipo de culto, sino del lugar legítimo de adoración. Algo que tal vez para nosotros hoy no tiene la misma importancia que tuvo para los pueblos de Israel y de Judá. Ya que hoy podemos adorar en la intimidad de nuestro aposento, debajo de un árbol, en las montañas de los Altos de Chiapas, en la arena de Playa del Carmen, en un auditorio o en un hermoso santuario.  No obstante, aunque la diferencia entre judíos y samaritanos nos resulte un tanto extraña, su importancia es central, se trata, como decía, nada más y nada menos que de la legitimidad del culto, de la legitimidad de la adoración a Dios. Ese es el camino que toma el diálogo de Jesús con la samaritana, diálogo en el que Jesús hará una declaración asombrosa y totalmente revolucionaria.

La adoración al único y verdadero Dios fue una permanente exhortación al pueblo de Israel. Ellos no podían inclinar su rostro ante ningún otro dios, ante ninguna imagen. Pero la idolatría persiguió al pueblo durante toda su historia, de hecho, el criterio para distinguir a los buenos de los malos reyes más que de su eficacia para gobernar, se trataba de si eran o no fieles al Señor. Los dioses cananeos más populares fueron una permanente tentación para Israel, especialmente cuando las cosas no iban bien para el pueblo o, como en el caso de Salomón, cuando fue tal su esplendor y éxito que cedió fácilmente a la presión de sus esposas y les construyó templos para sus dioses en la propia ciudad de Jerusalén.   Este es el fondo del diálogo de Jesús con la samaritana, ¿cuál de los dos lugares de adoración es el legítimo? En el antiguo pacto, sin duda, Jesús señala la legitimidad del culto y del templo judío, pero se trata de algo más. Lo importante no es el lugar, no hace legítima la adoración el dónde, se trata del espíritu y la verdad. Veamos

            CONFIRMACIÓN

            16 —Ve a llamar a tu esposo, y vuelve acá —le dijo Jesús.

17 —No tengo esposo —respondió la mujer.

—Bien has dicho que no tienes esposo. 18 Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad.

19 —Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta. 20 Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.

21 —Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene de los judíos. 23 Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.

25 —Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará todas las cosas.

26 —Ese soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús.

La situación personal de la mujer samaritana ha dado pie a muchas especulaciones. No hay duda que el contexto es muy importante para entender el texto, Samaria, el pozo de Jacob, el agua de vida eterna, la mujer, los cinco maridos, lo cierto es que, a partir del asunto del lugar legítimo de adoración, en los versos 23 y 24, las palabras de Jesús son el centro del texto y lo que le da su significado, en ese verso debemos poner nuestra atención. Veamos: «23 Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.»

  1. Ha llegado la hora y ahora es. ¿Cómo no detenernos en lo que esta frase significa? Ha llegado la hora esperada, ha llegado la hora anhelada, ha llegado la hora que sólo concierne a la voluntad soberana del Padre. Ahora es, dice Jesús. En territorio samaritano, frente a una mujer sorprendida. El tiempo anunciado y esperado por los profetas se ha cumplido. Tiempo en el que la adoración hará posible que la comunión con Dios y su creación se den en toda su plenitud.
  2. ¿Qué es lo que este tiempo hace posible? Que se rinda culto al Padre. Esa expresión íntima que Jesús usó y en la que abrió la puerta a una relación cercana, amorosa y plena con el Señor: abba.
  3. Una adoración en espíritu y en verdad, que determina el carácter de quienes adoran. Los traductores de la Biblia han sido cuidadosos en no usar la letra mayúscula en la expresión espíritu, a fin de que no se entienda en una primera lectura como una referencia al Espíritu Santo. ¿Entonces que es adorar en espíritu y en verdad? Digámoslo de una vez y en una sola frase: es adorar en Cristo. Pero es también una adoración que no se limita al lugar en el que se realiza ni una adoración que no se centra en la revelación de la Palabra de Dios, que es el testimonio de la verdad de Dios.

Adorar en el espíritu y en verdad es adorar en Jesús. Habiéndole confesado como Salvador y Señor y cómo lo dirá claramente al final del diálogo con la samaritana, adorando al confesarlo como el Mesías de Israel: «25 —Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo […) 26 —Ese soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús.»

Hoy Domingo permanecen muchos lugares de culto cerrados. Difícilmente escuchamos los pianos, los órganos, las orquestas, las guitarras y los bajos, las percusiones, no hay altares ni plataformas, los equipos de sonido se reducen a su mínima expresión. No hay púlpitos ni reclinatorios, no hay coros, ni cantantes, ni solistas.  ¡Qué bendición! Tenemos lo único que verdaderamente necesitamos, un corazón que adora al Padre en el Hijo, un corazón que adora en el espíritu del Hijo y en la verdad de su palabra, en la verdad que, como Jesús dirá más adelante, es él mismo, “Yo soy la verdad”. Jesús lo es todo.

Agradecemos a Dios todos los recursos que él nos ha dado para adorarlo; no debemos de hacerlos menos; pero que gran lección el que, en medio del encierro de la pandemia, su palabra nos recuerde que llegó la hora de adorar al Padre en espíritu y en verdad. Es decir, en Cristo, porque creemos en Cristo porque obedecemos su palabra y lo amamos con todo nuestro corazón.

Hoy estamos en nuestros hogares apartando este tiempo para adorar al Señor. Para hacerlo como nuestro Padre, en Jesús. Adoremos a Jesús con nuestra vida, con nuestras voces y con nuestros corazones, adoremos a Jesús en silencio o en el diálogo edificante y fraterno, adoremos a Jesús en cada acto de servicio que hacemos en casa, al barrer, al cocinar, al limpiar, al mantener diálogo con cercanos o con lejanos por medio de las redes sociales. Que nuestro ser completo sea una ofrenda de alabanza, para que el Padre reciba y se agrade de nuestra adoración, porque de inicio y de fin, ese es el propósito, que el Señor sea adorado. 

XIII

Jesús en Samaria

4:1-15

            LOS SERES HUMANOS SOMOS PERSONAS VULNERABLES. Las mujeres son muy fuertes, sostienen, acunan, crían, forman, ayudan, protegen. Todos las noches mi esposa y yo tenemos una batalla campal. Ella, a la menor provocación, me tapa, y yo, no hallo como destaparme. Cada vez que salgo de la casa, aunque estemos a 30º con un sol radiante me dice: Rafael, tápate. Sin embargo, como los hombres, también las mujeres son seres frágiles, delicadas, vulnerables. Hoy, domingo 10 de mayo, levantemos al Señor una oración de gratitud por mamá, esa mujer fuerte y a su vez, esa mujer frágil.

            Fragilidad y fortaleza cruzan todo tipo de fronteras, es algo que va pegado a nuestro ser. En su capítulo 4 Juan nos describe una escena plena de significado. En los primeros 15 versos los personajes son Jesús, los discípulos y una mujer de Samaria. La atención se centra en la mujer y Jesús. De ella no conocemos su nombre; pero el texto nos deja ver algunos de sus rasgos. Tengo la impresión de que es una mujer “echada para adelante”, Jesús la encuentra buscando agua en el pozo, responde con firmeza, plantea preguntas. Pero también es un ser frágil, vulnerable. Los cinco maridos dicen algo y en su diálogo con Jesús descubrirá una necesidad profunda que tiene acallada.

Necesitamos conocer a Jesús en nuestras fortalezas y necesitamos conocer a Jesús en nuestras debilidades. Las necesidades humanas nos hacen sentirnos vulnerables. Necesitamos tomar agua, necesitamos comer, necesitamos protegernos del frio y del calor, necesitamos sentirnos seguros ante las amenazas del mundo exterior, necesitamos amar y sentirnos amados. Si no podemos decir lo que necesitamos sentimos que nos ahogamos. Necesitamos saciar nuestra sed espiritual. El ser humano, las mujeres y los varones somos seres espirituales, fuimos hechos a la imagen de Dios y fuimos creados para relacionarnos con Dios. Hacia donde pongamos nuestros ojos, encontraremos manifestación de esa búsqueda espiritual.

La mujer de Sicar está muy cerca de la única persona que puede darle lo que ella necesita. A su vez, esa persona tan cercana está muy lejos. Ella no lo ha decidido así, es parte de su herencia, de su pertenencia, de su identidad. Es samaritana. Los samaritanos y los judíos no “usan nada en común”. Aunque tienen una herencia compartida, sus diferencias son mucho mayores, incluso llegan a diferir acerca de sus lugares sagrados. Así que hay enormes barreras que la separan de ese hombre extraño que se encuentra al borde del pozo de Jacob. Un hombre extraño que se atreve a cruzar las barreras  religiosas y culturales que los separan para dirigirle la palabra, para pedirle algo, para tener algo en común.   

Ante las expresiones de la mujer que marcan distancia, Jesús se acerca aún más. “Si supieras”, “si conocieras” le dice Jesús. Ambas expresiones son invitaciones a franquear la puerta, a dar un paso, a formular preguntas, a bajar la guardia. A pasar de eso que conocemos y nos da seguridad a eso que no conocemos y que nos llevará a lo profundo de nuestro ser. “Si supieras lo que Dios puede dar”, una frase lapidaria. Me cimbra escuchar la voz de Jesús decir: si supieras lo que Dios puede dar. “Si conocieras al que te está pidiendo agua”. 

«1Jesús se enteró de que los fariseos sabían que él estaba haciendo y bautizando más discípulos que Juan (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos). Por eso se fue de Judea y volvió otra vez a Galilea. Como tenía que pasar por Samaria, llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. 7-8 Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida.

En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo:

—Dame un poco de agua.

Pero, como los judíos no usan nada en común con los samaritanos, la mujer le respondió:

—¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?

10 —Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua—contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida.

11 —Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida? 12 ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?

13 —Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, 14 pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.

15 —Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.»

Permítanme decirlo de esta manera, Jesús le tuvo que asestar un golpe en pleno corazón para que cayeran las defensas de la samaritana: “ve por tu marido”. Cierto, el pozo de Jacob es un lugar emblemático para judíos y samaritanos. Pero la mujer está a la puerta de algo mayor, de algo superior, de lo que el pozo es apenas una muy pequeña sombra. Las palabras de Jesús continúan en la línea argumentativa de Juan hasta ahora. Justo al final del capítulo 3 nos preguntábamos ¿qué hace de Jesús algo superior, algo inigualable? ¿Por qué creemos a pie juntillas en su supremacía? Aquí hay algo más. Jesús le dice a la samaritana: si conocieras al que te está pidiendo agua”. No es que Jesús no tenga sed, seguro la tiene por el viaje que ha emprendido, pero él sabe todo lo que él puede hacer por una mujer fuerte y a su vez frágil, una mujer que va por agua, no necesita que se la den; pero que necesita agua de calidad diferente. Por ahora nos quedaremos en esta primera revelación de Jesús a la mujer: Jesús le puede dar agua que da vida, agua que satisface de tal manera, que el que la beba no volverá a tener sed jamás. Porque el agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. Sin saberlo, Jesús está dando a la mujer una respuesta, una palabra, que ya buscaba con todo su corazón el salmista: “Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta.” Sed de Dios. Jesús le responde a la samaritana y hace eco a la expresión del salmista. Si tienes sed de Dios, yo puedo darte agua. La respuesta no está en el interior del corazón, no se encuentra en el nivel de lo que hoy llamaríamos espiritual, está en Jesús. Pero él la otorga como un don, como un regalo que al encontrase a sus anchas en el corazón, fluye como un manantial de agua viva. A diferencia del charco o del pantano, el manantial es un fluir de agua saludable. ¿De qué habla Jesús? Aún no debemos ir hasta el Pentecostés en el que los discípulos fueron bautizados en el Espíritu. En Juan 4 el manantial de vida eterna es Jesús mismo.  

Nada más típico para una mujer que una respuesta práctica e inmediata. “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.” Aún la mujer se mantiene en un plano físico, debemos esperar hasta la continuación del diálogo para que la revelación de Jesús sea mayor. Así suele comportarse el corazón de los seres humanos. No somos capaces de abrirnos de capa a la revelación del Señor. Vamos paso a paso, comprendiendo un poquito más cada vez que dialogamos con él. Pero no es poco lo que la samaritana ha recibido. La palabra que el Señor le ha dado. Él le puede dar agua viva, un manantial que nunca se agota, agua de vida eterna que no se retiene hasta el día final, sino que se otorga como un don precioso desde que confesamos a Jesús como nuestro Señor y nuestro Salvador. Él es el agua viva, él es la vida eterna. Es por ello que le dice a la samaritana: Si supieras quien habla contigo.  La samaritana, cada mujer, cada varón, necesitamos más que el agua cotidiana, el agua de nuestra salvación, el agua de la vida terna. Una calidad de vida que no sólo se mide por la duración del tiempo, sino por la calidad de sus atributos.

            Bebamos del agua que nunca se agota. Ya no tenemos nada más que buscar. Jesús es nuestro único y suficiente Salvador. Es único, porque es supremo y mayor que todos. Es suficiente porque quien lo tiene a él no le falta nada. 

Modificado el 10 de mayo del 2020

XII

La importancia suprema de Jesús

3:31-36

             No todos escuchamos de la misma manera. Hay de escuchas a escuchas. Hace algunos años al dar una clase para nuevos creyentes, de momento, una de las alumnas comenzó a llorar. Le escurrían las lágrimas por las mejillas. Me sorprendió. No sabía que le estaba sucediendo. Le pregunté si estaba bien y simplemente me contestó, “si pastor, estoy bien, solamente tenía que entender, tenía que entender para creer”. No todos han vivido la experiencia de comprender el significado del Evangelio. Algunos pueden asistir por años a una iglesia sin que sus ojos espirituales sean abiertos. Incluso podrían ignorar algunas de sus verdades más esenciales. Es el caso de un joven profesionista que aunque tenía años en la iglesia, asistía ocasionalmente a los cultos de los miércoles. En una de sus visitas hablé acerca de la divinidad de Jesús. Levantó su mano y dijo, “pastor, pero Jesús no es Dios, es el hijo de Dios”. Al final del culto me detuve dándole una explicación más amplia; pero se retiró pensando lo mismo. Aún no había comprendido, sus ojos espirituales no habían sido abiertos.

Hay que escuchar el testimonio de los Evangelios sobre Jesús. Al escuchar estamos en el umbral de dar ese pequeño pero trascendental paso en nuestra vida que es el paso del creer, creer el testimonio, recibirlo, aceptarlo y creerle al testigo. El pueblo de Dios fue instruido desde tiempos antiguos en la importancia del oír: “»Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.” Deuteronomio 6 NVI. El binomio escuchar-entender y el binomio leer-entender es clave en la vida. Así como debemos aprender a escuchar desde el canto de las aves hasta una sinfonía, también debemos aprender a leer prosa y poesía. ¡Qué decir de aprender a escuchar al Señor y aprender a leer su palabra!: “30 Felipe se acercó de prisa a la carroza y, al oír que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: —¿Acaso entiende usted lo que está leyendo? 31 —¿Y cómo voy a entenderlo —contestó— si nadie me lo explica? Así que invitó a Felipe a subir y sentarse con él. Hechos 8 NVI

Para llegar el umbral es necesario oír, es necesario escuchar. Nos toca, como al etíope,  leer atentamente lo que las Escrituras enseñan acerca de Jesús. Este es el propósito de todo el evangelio de Juan, que creamos que Jesús es el Cristo, el Mesías de Israel, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre.  Y para que tengamos los elementos necesarios para poder dar ese paso Juan explica por qué hay que creer en Jesús y cuáles son las consecuencias de pasar por el umbral de la fe o permanecer en él. En el capítulo 3 de su evangelio Juan indica en qué consiste la importancia única de Jesús, su supremacía. Hay algunas palabras que debemos leer con cuidado en el texto y comprenderlas.

31»El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra, es terrenal y de lo terrenal habla. El que viene del cielo está por encima de todos 32 y da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. 33 El que lo recibe certifica que Dios es veraz. 34 El enviado de Dios comunica el mensaje divino, pues Dios mismo le da su Espíritu sin restricción. 35 El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos. 36 El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios».

Estos versos finales del capítulo 3, me recuerdan el inicio de la Carta a los Hebreos: “1 Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. Así llegó a ser superior a los ángeles en la misma medida en que el nombre que ha heredado supera en excelencia al de ellos.” Hebreos 1 NVI

Dios ha puesto todo en las manos de Jesús. Por eso, antes de ser bautizado se le pregunta al nuevo creyente: ¿has creído en Cristo Jesús como el único y suficiente salvador de tu alma? Porque todo ha sido puesto por el Padre en las manos del Hijo. Y todo lo que el Padre ha querido revelar se ha dado a conocer plenamente en el Hijo. Es por ello que Jesús le dice a Felipe: “—¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”?” Juan 14 NVI. Las palabras de Jesús son las palabras del Padre, son las que Jesús escuchó por sí mismo y nadie se las dio a conocer. Es por ello que Jesús es más importante que todos los anteriores, no sólo que el Bautista, el precursor, sino todos los santos hombres de Dios que hablaron inspirados por el Espíritu. Es por ello que Juan enfatiza la verdad de la procedencia de Jesús: viene de arriba y da testimonio de las cosas que él mismo ha visto y oído. Recordemos que la expresión, «da testimonio», es mucho más importante que hablar. Porque el que da testimonio se convierte a sí mismo en testigo y eso quiere decir que adquiere una responsabilidad por lo que dice, afirma que lo que testifica es verdad. De ahí la importancia suprema de quién es el testigo y qué es lo que testifica. Enseguida, Juan señala que el que recibe el testimonio también coadyuva en darle crédito al testigo, porque certifica su testimonio. Lo confirma. Lamentablemente los que no lo reciben, no sólo rechazan al testigo, sino a la fuente de su testimonio, que es el Padre.

Juan va a señalar también que la superioridad de Jesús no sólo radica en el hecho de que es el único que puede dar testimonio de las cosas de arriba, porque es el único que viene de arriba. También señala que es a Jesús a quien el Padre le ha dado la encomienda de dar el Espíritu a los que reciben su testimonio. Espíritu que es el que obra en el corazón humano para darle un nuevo nacimiento, una nueva vida, su regeneración. De esta manera Juan aborda el impacto que tiene el recibir el testimonio de Jesús, es, a su vez, abrir nuestro corazón a la obra del Espíritu Santo. Un nuevo binomio que obra poderosamente en la vida del que cree: el Espíritu y la Palabra, la palabra y el Espíritu.

La última verdad que Juan subraya en el pasaje sobre la suprema importancia de Jesús es que el padre ama al hijo y como a hijo ha puesto todo en sus manos. Ya Juan nos ha dicho que Dios ha amado al mundo, un amor redentor, aquí el Padre ama al hijo, un amor de plena confianza y delegación de toda autoridad. Él ha puesto todo en sus manos. Lo que Dios demanda,  lo que Dios nos demanda, es escuchar a su único hijo, es recibirlo, es creer en él.

El corazón del ser humano es una constante. Cierto que en el devenir del tiempo muchas cosas cambian. Pero hay elementos que permanecen. Uno de ellos es la disyuntiva entre creer o no creer, quedarse en el umbral o atravesarlo. Hoy, por el impacto de las redes sociales, estamos habituados a escuchar que hay muchas fake news, noticias falsas. Pero las personas corren sin reflexionar detrás de ellas. A la pregunta “¿cómo lo sabes? La respuesta suele ser, lo leí en el face”. Lo interesante es que esas mismas personas son las que no creen las evidencias científicas. Nos gustan creer en las mentiras y rechazamos creer en la verdad.  Las consecuencias no se hacen esperar. Cuando de noticias médicas se trata, la enfermedad está a la puerta. Y las consecuencias no sólo son para quien no cree, sino para todos los que se topan con él o con ella. Pero esto no es tan nuevo como parece. Ya Jesús había señalado que la semilla de la palabra da fruto de acuerdo al tipo de tierra en la que se siembra. La semilla es la misma; pero la diferencia es la tierra. Juan señala que el mensaje de Jesús está confirmado por todos los que han creído; pero la diferencia la hace la tierra. Algunos permanecerán en el umbral sin dar el paso necesario, otros simplemente seguirán su camino y algunos, lamentablemente darán la vuelta e irán hacia atrás. La fe es el parteaguas entre la vida y la muerte, entre la condenación y la salvación. En este mismo capítulo 3, es Jesús quien le ha dicho a Nicodemo, “te es necesario volver a nacer”.

            Al inicio del mensaje les hablé acerca de una alumna, cuyas mejillas estaban surcadas por lágrimas porque había podido entender lo que significaba el mensaje de Jesús para su vida. Esa misma persona, algunas semanas después, bajaba a las aguas del bautismo. Había decidido cruzar el umbral, había decidido seguir a Cristo. El Señor le dio una nueva vida. El joven profesionista siguió su vida y siguió asistiendo a la iglesia. Ignoro si con el tiempo fue bautizado, confío en que la palabra que escuchaba ocasionalmente hizo su obra en él.

            ¿Qué tipo de tierra eres? ¿Qué decisión has tomado?

Jesús es de arriba y nosotros hemos nacido de arriba. Jesús da el Espíritu sin medida y nosotros no sólo hemos renacido del Espíritu sino que hemos sido investidos con su poder para dar testimonio de Jesús. El Padre ama al Hijo y nosotros hemos sido amados por el Hijo para que con el mismo amor de Dios amemos al mundo y vayamos a él. Amén

Domingo 18 de junio del 2000, modificado el 3 de mayo del 2020

XI

Profesión de fe 

3:22-30

             El domingo pasado hacíamos una distinción entre creencia y fe, la primera la consideramos un estado mental y la segunda un contenido o una declaración objetiva de aquello en que se cree. Esta distinción es importante porque ambas caras de la moneda son necesarias. Veamos, hay quien dice creer pero sin saber cuales son los contenidos de lo que cree, y hay quien hace de su fe solo una serie de afirmaciones sin que le afecten de manera personal. Permítanme darles dos ejemplos, ambos tuvieron el propósito de ayudar  a los nuevos creyentes en su vida cristiana. El primero es el credo apostólico, el segundo es el catecismo. En el primer caso se trata de una confesión de fe, es decir una declaración de las verdades en las que creo y en el segundo se trata de una serie de preguntas y respuestas que el catecúmeno debería aprender de memoria antes de ser bautizado. En nuestro caso teníamos una clase para catecúmenos en el que se enseñaban las declaraciones de fe, si bien el maestro primero debería de guiar o confirmar al catecúmeno en su relación personal con Jesucristo. Decía que ambas caras son necesarias, recibir a Cristo, tener un encuentro personal con el Señor y conocer el mensaje del Evangelio de tal forma que el creyente sepa en que cree.

            He aquí el llamado credo de los apóstoles: “Creo en Dios, el Padre Todopoderoso, creador del cielo y la tierra. Creo en Jesucristo, Su unigénito Hijo, nuestro Señor. Fue concebido por el poder del Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue enterrado. Descendió a los infiernos. En el tercer día resucitó. Ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios, el Padre Todopoderoso. De ahí El volverá a juzgar a los vivos y los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de pecados, la resurrección del cuerpo, y la vida eterna. Amen.

Pero les propongo que retrocedamos algunos pasos. Son muy necesarios porque nos permite considerar el origen del ministerio de Jesús y lo que, de acuerdo al evangelio de Juan, significa ser un seguidor de Jesús, un cristiano. Recordemos cuál fue el propósito que tenía Juan al escribir su evangelio: “31 Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.” Juan 20 NVI

Este pequeño retroceso podría parecernos volver a lo básico, a lo elemental; pero es necesario porque nos permite construir sobre un fundamento firme y no dar por sentado que todos entendemos y hemos creído en Jesús de acuerdo a lo que enseña la Escritura. Así evitaremos dos errores muy comunes, quedarnos en el primer paso toda nuestra vida, es decir, recibir por fe a Jesús en nuestro corazón, creyendo en él como nuestro Salvador o, en segundo lugar,  creer que basta recitar el credo o conocer las declaraciones de fe para ser un verdadero creyente.

De acuerdo al Evangelio, la mejor manera de dar esta vuelta al principio es considerar la figura del Bautista, del precursor. Un personaje que ya ha estado muy presente en el evangelio y que es tan importante que una vez concluido el llamado prólogo del capítulo uno, una buena parte del resto del capítulo se ocupa de su testimonio (vs. 15-38). Ahora lo volvemos a encontrar en el capítulo 3, veamos.

22 Después de esto Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea. Allí pasó algún tiempo con ellos, y bautizaba. 23 También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín, porque allí había mucha agua. Así que la gente iba para ser bautizada. 24 (Esto sucedió antes de que encarcelaran a Juan). 25 Se entabló entonces una discusión entre los discípulos de Juan y un judío en torno a los ritos de purificación. 26 Aquellos fueron a ver a Juan y le dijeron:

—Rabí, fíjate, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú diste testimonio, ahora está bautizando, y todos acuden a él.

27 —Nadie puede recibir nada a menos que Dios se lo conceda —les respondió Juan—. 28 Ustedes me son testigos de que dije: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él”. 29 El que tiene a la novia es el novio. Pero el amigo del novio, que está a su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Esa es la alegría que me inunda. 30 A él le toca crecer, y a mí menguar.

Sabemos que Juan pertenecía a una familia sacerdotal pero que se había retirado a los márgenes del rio Jordán. Eran días de muchas convulsiones religiosas y de insatisfacción por el estado del templo, dirigido por Anás y su yerno Caifás, juntos habían construido un verdadero emporio financiero. La gente estaba insatisfecha y buscaba algo diferente, lo que les llevó a acudir a Juan para ser sometidos al ritual de purificación del bautismo. Debían ser purificados por la inminencia del juicio final.

Esta será la última aparición del Bautista y Juan lleva toda la escena a una culminación de la historia paralela de ambos personajes. El Bautista toca retirada y anuncia el crecimiento del ministerio de Jesús.

Como hemos leído el relato manifiesta un ambiente de tensión, de controversia entre el ministerio del Bautista y el de Jesús. De la controversia tanto Jesús como el Bautista están al margen. Son los discípulos de Juan con un judío quienes se enfrascan en una discusión. Dado que el ambiente era propicio para estas controversias, ya que sabemos que el Bautista no era el único que practicaba el rito del bautismo de purificación, la gente se interesaba por saber cuál era el adecuado. El evangelista señala que también Jesús bautizaba y eso dio lugar a la controversia suscitada por el judío. Además, tal parece que Jesús era más exitoso que el Bautista, por lo que sus discípulos reaccionaron con cierto celo o espíritu de competencia.

En el texto encontramos entonces un doble movimiento, el de la continuidad y el del cambio. Jesús había seguido de cerca al Bautista, incluso se había sometido a su bautismo; el Bautista, por otra parte, desde el principio había dado testimonio de Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ha llegado el momento de menguar, dice Juan, para que Jesús crezca y cumpla con su tarea. En algún tiempo el Bautista morirá decapitado por Herodes, aunque sus discípulos continuarán con sus enseñanzas por lo menos dos siglos más.

Resumamos entonces el testimonio de Juan:

15 Juan dio testimonio de él, y a voz en cuello proclamó: «Este es aquel de quien yo decía: “El que viene después de mí es superior a mí, porque existía antes que yo”». 16 De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia, 17 pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer. […]

26 —Yo bautizo con agua, pero entre ustedes hay alguien a quien no conocen, 27 y que viene después de mí, al cual yo no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias. […]

29 Al día siguiente Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo: «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! 30 De este hablaba yo cuando dije: “Después de mí viene un hombre que es superior a mí, porque existía antes que yo”. 31 Yo ni siquiera lo conocía, pero, para que él se revelara al pueblo de Israel, vine bautizando con agua».

32 Juan declaró: «Vi al Espíritu descender del cielo como una paloma y permanecer sobre él. 33 Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu desciende y permanece es el que bautiza con el Espíritu Santo”. 34 Yo lo he visto y por eso testifico que este es el Hijo de Dios». Juan 1 NVI

35 Al día siguiente Juan estaba de nuevo allí, con dos de sus discípulos. 36 Al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo:

—¡Aquí tienen al Cordero de Dios! Juan 1 NVI

            Como podemos constatar en el texto, el evangelista reitera una y otra vez el reconocimiento que hace el bautista de Jesús como superior a él. Todo apunta a un testimonio indubitable del bautista sobre Jesús. El Bautista no está molesto, no está celoso, no está en competencia con Jesús, por el contrario, afirma estar lleno de alegría como lo estaría el amigo del novio.

            ¿Cuál era el significado del bautismo de Juan? El evangelio dice que la gente acudía a él con el propósito de purificarse. Sabemos por el testimonio del historiador Josefo que el Bautista les pedía a los que acudían a él que tuvieran una práctica personal de justicia y misericordia, es decir, que mostraran un arrepentimiento genuino, por lo que el bautismo sólo tendría como propósito limpiar su cuerpo; pero no limpiaría su alma. Otros grupo también practicaban ciertos rituales de purificación. Pero para el evangelista es claro que ese ritual era insuficiente, porque el propio Precursor apunta a algo mayor que Dios está haciendo en Jesús.

            El texto nos da luz sobre los dos aspectos que hemos distinguido: creencia y fe. El Bautista reconoce a Jesús, da testimonio acerca de él. Su muerte prematura no nos da la certeza de que el Bautista se haría un seguidor de Jesús, pero es suficiente su palabra para observar su confianza en el Hijo, y cuál es su tarea: que todos crean en él. 

            Creer es confiar en Jesús, reconocerlo como el Hijo de Dios, como el Mesías, nuestro Salvador y nuestro Señor, nuestro pastor y abogado. Creer es tener un encuentro personal con él, abrirle nuestro corazón y tomar la decisión de seguirlo.

            Crees es declarar las verdades de la fe. Es hacer una profesión pública de fe. Hasta este momento del evangelio, es centrar todo lo que se cree en la persona del Hijo: preexistente, unigénito, cordero de Dios, salvador y purificador, quien ha venido a dar cumplimiento a las esperanzas de Israel, un nuevo tiempo que ya en Jesús se ha hecho presente y que trae con él la presencia del Espíritu.

            Como en el tiempo de Jesús y a lo largo de la historia del cristianismo hay muchas voces que reclaman nuestra atención. Las voces del templo son las de los que defienden una religión establecida, contaminada con intereses económicos y con un corazón duro. Hay también voces que nos llaman a seguir rituales de purificación, que le dan poderes sobrenaturales o naturales a la creación. Rituales que no sólo atañen al cuerpo, también ofrecen salud para el alma. Nuestra profesión de fe en Jesús, creer en él y seguirlo tiene profundas y eternas consecuencias. Como Juan testifica, quita nuestro pecado, nos otorga la gracia de Dios, nos da a conocer al Padre y nos bautiza con el Espíritu Santo. Nada menos es lo que el Señor Jesús significa para nosotros, es lo que creemos y lo que proclamamos.

      Así como el bautista, somos privilegiados al haber recibido el llamamiento de dar testimonio de Jesús, a hacer una profesión pública de nuestra fe, a creer verdaderamente en el Hijo y confiar en él con todo nuestro corazón. Tenemos el privilegio de ser edificados en la verdad del Evangelio y saber en quién hemos creído, considerando no sólo nuestra confianza en él, sino lo que él es y significa en la misión de Dios para la restauración de todas las cosas y la creación de un cielo nuevo y una tierra nueva.

Domingo 18 de junio del 2000, modificado el 15 de marzo del 2020

X

Del paso necesario de creer a tener fe 

3:14-21

             ¿Qué quiere decir creer con la fe del carbonero? Encontré la siguiente respuesta en una página sobre expresiones del idioma español: Esta expresión tan repetida por Unamuno en la Agonía del Cristianismo, quiere decir la fe sencilla y firme de los simples de corazón, la fe del que no exige pruebas ni sabe de argumentos. 

El origen del dicho lo explica el maestro Correas en su Vocabulario de Refranes, al comentar la frase: «Yo creo lo que cree el carbonero», en la forma siguiente: 

Un maestro teólogo tuvo una vez plática con un carbonero en cosas de fe y acerca de la Santísima Trinidad…, y propuso al carbonero: 

—«¿Cómo entendéis vos eso de las tres divinas personas, tres y una?». 

El carbonero tomó la falda del sayo e hizo tres dobleces, y luego, extendiéndola, dijo: 

—«Así», mostrando que eran tres cosas y todas una. Agradóle al teólogo y satisfizose y después, al tiempo de su muerte, decía: 

—«Creo lo que cree el carbonero».

            Jesús nos deja una pregunta: […] No obstante, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» Lucas 18:8 NVI

Sin hacer una diferencia demasiado minuciosa, les sugiero que meditemos un momento en la diferencia entre creencia y fe. Una creencia es el estado de la mente  en el que un individuo supone verdadero el conocimiento  o la experiencia que tiene acerca de un suceso o cosa; cuando se objetiva, el contenido de la creencia presenta una proposición lógica, y puede expresarse mediante un enunciado lingüístico como afirmación.  

Después del diálogo con Nicodemo, Juan introduce un párrafo que no es propiamente parte del diálogo, sino un esbozo pequeño; pero profundo del mensaje central del Evangelio. Ha sido un pasaje tan importante que se ha usado millones de veces para invitar a las personas a creer. Y para que la fe no sea tan simple como la del carbonero, es decir, para que podamos dar razón de lo que creemos. ”Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor, estando dispuestos en todo momento a dar razón de su esperanza a cualquiera que les pida explicaciones. Pero, eso sí, háganlo con dulzura y respeto” 1 Pedro 3:15

Sin embargo, este párrafo llega hasta el capítulo 3, una vez que Jesús ha dado ya la señal de transformar el agua en vino, ha purificado el templo y llamado a sus primeros cuatro discípulos. Todo el evangelio está centrado en su persona. Es decir, se trata de creer en una persona., en la verdad de esa persona.

Pero hay un paso casi imperceptible entre la creencia y la fe, es decir, el acto de creer en una persona y el contenido de lo que se cree. Veamos

14 »Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre,

Del monte Hor los israelitas se fueron hacia el Mar de los Juncos, pero evitaron pasar por el territorio de Edom. En el camino, la gente se desesperó y comenzó a protestar contra Dios. Le decían a Moisés: «¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Sólo para darnos muerte en el desierto? ¡No tenemos pan ni agua, y ya estamos cansados de esa comida tan desabrida!»

Entonces Dios les mandó serpientes venenosas, para que los mordieran. La gente que era mordida se moría, y fueron muchos los que murieron. Por eso fueron a decirle a Moisés: «Reconocemos que no hemos hecho bien al protestar contra Dios y contra ti. ¡Por favor, pídele a Dios que se lleve de aquí las serpientes!»

Moisés le pidió a Dios que perdonara a los israelitas, y Dios le contestó: «Haz una serpiente de bronce y ponla en un asta. Si alguna serpiente los muerde, diles que miren a la serpiente de bronce y sanarán».

Y así sucedió. Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Y cuando alguna serpiente mordía a alguien, esa persona miraba a la serpiente de bronce y así no le pasaba nada.

Números 21:4-9

Ezequías obedeció a Dios en todo, tal como lo había hecho su antepasado David. Quitó los pequeños templos de las colinas en donde la gente adoraba a los dioses, y destruyó todas las imágenes de Astarté. También hizo pedazos a la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque los israelitas la trataban como a un dios, pues le quemaban incienso y la llamaban Nehustán.

Ezequías confió en el verdadero Dios de Israel. Ni antes ni después hubo en Judá otro rey como él.

2 Reyes 18:3-5

Si bien, Juan se refiere al episodio narrado en Números 21, es conveniente leer también 2 de Reyes 18, porque nos introduce en términos de aquello en lo que se cree, hasta que se degrada en un ídolo y es destruida.

El levantamiento de la serpiente, fijar su mirada en el estandarte que sería para ellos su fuente de vida, ha sido leído a la luz de la glorificación de Jesús. La glorificación, en el caso de Juan, también incluye la cruz y no se vislumbra hasta su resurrección o su segunda venida en gloria.

 15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

La condición para tener la vida es creer

16 »Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. 17 Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. 18 El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.

Dios es el sujeto de la acción. Los tres versos están encadenados en la misma idea.

En el hijo que va a la cruz se encuentra el corazón de Dios que ama al mundo. El Dios que ama tiene como designio la salvación y la vida

Dar significa otorgar un don por causa del amor. Jesús es el don de Dios, en el que  se incluye toda la misión del hijo al mundo. 

Creer en Jesús determina tanto la vida como el juicio, ambos se realizan en el presente. Aunque el texto señala que el envío del hijo pretende exclusivamente la salvación, su presencia demanda una toma de posición ante él.

La única obra requerida es la fe en el Hijo

 19 Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. 20 Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto.21 En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios».

Obras y creer son dos caras de la misma moneda, la obre es creer o rechazar al hijo de Dios.

En conclusión, según Juan, rechazar al Revelador escatológico (el Hijo del hombre que ha de ser elevado) o creer en él, es o bien poner de manifiesto un rechazo o bien hacer aparecer una adhesión, siendo el uno y la otra antecedentes.

Invitado desde su creación a vivir en la luz, el hombre alcanza su propio cumplimiento cuando se abre a la fe en el Nombre del Hijo único de Dios y es engendrado por el Espíritu.

            El poner los ojos en Jesús da vida. Como el pueblo de Israel al mirar a la serpiente de bronce. Miramos a Jesús y creemos en él. El don no sólo es él, el don es también lo que él nos otorga: vida eterna. Una vida que no vale sólo por su duración, sino por su calidad.

            Creer en Jesús es recibir junto con él el significado de su vida y ministerio, el contenido de nuestra fe. Para que nuestra fe no se quede al nivel de la fe simple y sencilla del carbonero.

      Hay dos desafíos directos para nosotros: creer si no hemos creído, recibir el mensaje del Evangelio completo, para tener una fe firme y sólida.

Domingo 18 de junio del 2000, modificado el 15 de marzo del 2020

Nacer de nuevo

3:1-13

IX

A las mujeres del movimiento un día sin mujeres

I

            Los textos anteriores, es decir, la señal de la transformación del agua en vino y la purificación del templo nos condujeron al propósito de Dios en Cristo Jesús, un cambio verdadero y profundo. Este capítulo, sumamente conocido, de cierta manera tiene el mismo sentido. Al leer el texto de la conversación de Jesús con Nicodemo, me hizo pensar en ciertas preguntas de los alumnos con jiribilla, es decir, una intención oculta. Sólo que en este caso es el Maestro el que contesta con jiribilla. Y su respuesta apunta más allá de la persona con la que se sostiene el diálogo, de tal manera que podemos usar otra frase muy nuestra para explicarlo: “te lo digo Juan, para que lo entienda Pedro”. Así que podríamos decir “te lo digo Nicodemo para que lo entiendan todos los demás.”  

II

Sin duda que seguimos anhelando que las cosas cambien. No podemos eludir la trágica condición en que muchas mujeres han vivido. Su voz, su protesta, es legítima y justa. Todos debemos escuchar, desde lo íntimo de una pareja, de una familia, de la sociedad y, sin duda, en la iglesia.  Y todos debemos cambiar. Y, particularmente la iglesia, necesita acercase a Jesús para que sea él quien nos enseñe los pasos que debemos dar para cambiar de una forma verdadera y profunda. Ya que Jesús no sólo cambia el corazón de las personas, también cambia la manera en que las personas se relacionan.

III

«Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Este fue de noche a visitar a Jesús.

—Rabí —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él.

—De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios —dijo Jesús.

—¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer?

—Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen que nacer de nuevo”. El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu.

Nicodemo replicó:

—¿Cómo es posible que esto suceda?

10 —Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? —respondió Jesús—. 11 Te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. 12 Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen, ¿entonces cómo van a creer si les hablo de las celestiales? 13 Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.»

            Como ustedes pueden observar la escena inicia con un dato que nos proporciona Juan. Identificar al personaje es importante. Nicodemo representa a la crema y nata del pueblo de Israel: fariseo y líder entre ellos. Entonces, este hombre está acostumbrado a tratar a otras personas y con buenas maneras se dirige a Jesús, le reconoce no sólo como Maestro, sino como una persona enviada por Dios y con quien está el Señor. Las señales que ha hecho son tan poderosas que han logrado cierto reconocimiento entre los fariseos.

            Pero Jesús lleva el diálogo a otro lugar. Y en su aseveración ya se introduce de lleno al centro de su ministerio. La relación entre las personas y el reino de Dios. No bastaría ser parte del pueblo de Israel para participar en el reino, se requiere una implicación personal, el nuevo nacimiento. y el inequívoco origen en la acción de Dios. Dice Jesús, centrando su palabra en su propia autoridad, sin citar ninguna Escritura, es necesario nacer de arriba, nacer de Dios. Hay aquí algo totalmente novedoso, no por el reino, ya que Israel esperaba la restauración del reino davídico, sino por la necesidad del nuevo nacimiento para verlo y entrar en él. Y aunque esta enseñanza es tan antigua como el evangelio mismo, seguramente si hoy le preguntásemos a alguna persona, cómo entrar en el reino de Dios, la pregunta le parecería extraña. La humanidad sabe hoy como poner un hombre en la luna, cómo está conformada la estructura de la célula, pero millones de seres humanos desconocen la respuesta a las preguntas fundamentales. Pero la respuesta de Nicodemo sí nos suena muy contemporánea, es lo que llamaríamos hoy, una concepción naturalista de la vida. Y aunque como fariseo Nicodemo tenía una doctrina clara sobre la vida eterna, que es una de las acepciones del reino de Dios, no entendía que la calidad de la vida eterna depende de ese nuevo nacimiento proveniente de Dios. Una vez más, Jesús aparece con un mensaje totalmente nuevo, pero en continuidad con el antiguo pacto, de quien es cumplimiento.      

            La conversación que sostiene Jesús con Nicodemo contiene el mensaje central del evangelio: la necesidad humana de la regeneración. Jesús no llama a los que le siguen a someterse a un ritual de purificación, tampoco a cumplir con una serie de reglas morales que les permitieran vivir mejor o luchar para expulsar de Israel al poderoso Imperio Romano. Su mensaje atiende a lo que es extraordinario, a lo que produce una verdadera y radical transformación, un cambio de raíz, volver a nacer. Y agrega, del agua y del Espíritu. Un nuevo nacimiento espiritual; pero que no debe entenderse como etéreo o sin materia o desencarnado, sino originado por Dios; pero con el poder de transformar la vida entera de las personas y de sus relaciones humanas. Así lo había dicho el profeta Ezequiel:  “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (36:26).

            El diálogo termina con una afirmación clara y firme de la autoridad de Jesús. Es el testigo. El único que ha venido del cielo. Por ello su testimonio es verdadero; pero ustedes, dice Jesús, no creen.

Domingo 18 de junio del 2000, modificado el 8 de marzo del 2020

Purificación

VII-II

2:13-25

En memoria de Fátima

            La codicia, la lujuria y el poder son como adherencias que se forman tanto en la iglesia como en la vida personal de los creyentes. A las tres se les conoce como defectos de carácter y son parte de lo que los antiguos llamaron pecados capitales. Una vez que el Señor transforma la vida de una persona, esa cirugía mayor puede dar lugar a que con el tiempo se vayan formando estas adherencias. Jesús hace frente a la codicia en la purificación del templo, que es, en palabras del Nuevo Testamento, la raíz de todos los males, el amor al dinero (1 Timoteo 6:10)

13 Cuando se aproximaba la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. 14 Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. 15 Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. 16 A los que vendían las palomas les dijo:

—¡Saquen esto de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?

17 Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá». 18 Entonces los judíos reaccionaron, preguntándole:

—¿Qué señal puedes mostrarnos para actuar de esta manera?

19 —Destruyan este templo —respondió Jesús—, y lo levantaré de nuevo en tres días.

20 —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?

21 Pero el templo al que se refería era su propio cuerpo. 22 Así, pues, cuando se levantó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.

23 Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. 24 En cambio Jesús no les creía porque los conocía a todos; 25 no necesitaba que nadie le informara nada acerca de los demás, pues él conocía el interior del ser humano.

Pero como en el caso del párrafo anterior (Juan 1:1-12), también este relato nos lleva a otro nivel de significado, el evento es más que eso, es un símbolo. Y, como sabemos, las cosas buenas se pueden echar a perder, los símbolos pueden convertirse en ídolos cuando pierden su trascendencia.  

El símbolo, el templo, es sometido a un proceso de purificación. La verdadera transformación inicia con la purificación, aunque, como en el texto de Juan, los que deben ser purificados no están dispuestos a que se les purifique: comerciantes y autoridades religiosas. Por eso es necesario que, como en muchas ocasiones nos ha sucedido, es preciso que la purificación provenga de una fuerza exterior. Ya en el primer pacto hay el principio purificador del celo consumidor, pero es hasta el Nuevo Pacto que el templo adquiere su significado pleno, con el nuevo templo de Apocalipsis y el templo que es el cuerpo de Jesús.

¿Qué purifica Jesús? Jesús purifica el templo de Israel en donde Dios quiso habitar en medio de su santuario, lugar de oración, de sacrificios diarios y de celebración de las fiestas litúrgicas. El templo era el corazón de la vida de Israel; todos los años, los judíos fieles a la ley acudían en peregrinación. Pero, y este es el símbolo,  anuncia — más allá— el templo nuevo que es él mismo en su humanidad y sobre todo que será, después de su resurrección, para todos los que hayan de creer en él. El santuario futuro estará en continuidad con el actual; pero la expresión «en tres días» orienta hacia un santuario escatológico:  “21 Toda olla de Jerusalén y de Judá será consagrada al Señor Todopoderoso, y todo el que vaya a sacrificar tomará algunas de esas ollas y cocinará en ellas. En aquel día no habrá más mercaderes en el templo del Señor Todopoderoso».” Zac. 14:21 NVI

El templo mismo simboliza, a saber, el santuario, la habitación de Dios abierta a los hombres. El nuevo templo es Jesús vivo y glorificado.

Así pues, podemos evocar tres templos que van señalando el itinerario de la humanidad hacia Dios: el templo de Jerusalén, el cuerpo de Jesús y el templo escatológico en sentido estricto.

¿Qué fue del templo de Jerusalén? Fue destruido. De tal manera que la destrucción del templo dio lugar a una nueva forma de vivir la fe de Israel, centrada alrededor de la ley y de la oración.

¿Qué nos dice a nosotros este impactante relato de Juan? Que el templo necesita ser purificado, y que hoy, la familia espiritual que es la iglesia está formada por personas en relaciones que también sufren de las adherencias de los llamados defectos de carácter: lujuria, placer y codicia.

¿Cómo puede purificarse el corazón? Veamos lo que se puede encontrar en internet: quitarse los zapatos, baños purificadores, dibujar un pentáculo, usar cristales, usar un péndulo, utilizar sonidos, etc. Ejemplos del misticismo en el que vivimos hoy. Pero sólo Jesús por ser Jesús tiene el poder de purificar el templo de Israel y la iglesia que es su cuerpo.

No basta ver, ser testigo, afirmar que se cree. Porque el Señor conoce nuestros corazones. Los últimos versos, que son como una conclusión del evangelista, es una dura crítica una fe vacía, sin contenido, sin verdad. . El texto afirma que Jesús no creía en la fe de algunos, porque conocía sus corazones. Necesitamos un corazón purificado.

Purificación

VII

2:13-25

En memoria de Fátima

Aprendimos que el proceso para purificar el agua consiste en hervirla por unos minutos. Parece un proceso fácil y razonablemente rápido. Pero sabemos que hay ciertas partículas que no desaparecen con este proceso. Hoy se ha sofisticado tanto que las empresas purificadoras someten el agua a un proceso de diez pasos. ¿Qué decir de la purificación de la sociedad, de la iglesia o simplemente de nuestros corazones?

Las cosas se descomponen con el tiempo. Nada está exento de descomposición.

Aquí tenemos un caso del que no solemos pensar lo suficiente, es decir, cuando el pecado toma una forma social o cultural, una forma estructural. Pensemos por ejemplo en el machismo que es una manera insana de relacionarse los varones con las mujeres o las mujeres con las mujeres o las mujeres con los varones. Es un pecado que trasciende lo personal, porque se ha enraizado en la cultura. Por ejemplo, la misoginia, que es también un tipo de relación que trasciende lo individual pero también lo genérico.

¿Qué podemos hacer? Dado que el problema trasciende a lo personal, también la solución debe trascender a lo personal. Lo decimos con toda claridad, no basta la conversión individual para que estos problemas se puedan resolver, se necesita una nueva realidad, la transformación de la realidad.

Sin embargo, también notamos en este pasaje que ahora veremos, que la soluciones que Dios ha provisto para nuestro bien, se descomponen, se anquilosan. Veamos el texto.

13 Cuando se aproximaba la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. 14 Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. 15 Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. 16 A los que vendían las palomas les dijo:

—¡Saquen esto de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?

17 Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá». 18 Entonces los judíos reaccionaron, preguntándole:

—¿Qué señal puedes mostrarnos para actuar de esta manera?

19 —Destruyan este templo —respondió Jesús—, y lo levantaré de nuevo en tres días.

20 —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?

21 Pero el templo al que se refería era su propio cuerpo. 22 Así, pues, cuando se levantó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.

23 Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. 24 En cambio Jesús no les creía porque los conocía a todos; 25 no necesitaba que nadie le informara nada acerca de los demás, pues él conocía el interior del ser humano.

Esta segundo relato nos coloca frente a dos actitudes de Jesús de las que no solemos hablar: las emociones de Jesús, su enojo y su pasión, y su diagnóstico realista del corazón de los hombres, Jesús no creía en la sinceridad de su fe. Dice el evangelio, porque los conoce.

Ahora el evangelista nos conduce a Jerusalén y hasta el mismo atrio del templo, en el que el comercio se ha apropiado del lugar de adoración, de la casa del Padre. Se respira, a los ojos de Jesús, un ambiente de descomposición, de corrupción, de trasmutación de los valores religiosos y espirituales, absorbidos por los intereses económicos. Negocio, por cierto, de las autoridades del templo. Un celo se apropia del corazón de Jesús y con toda su fuerza física y espiritual procede a echar fuera a los cambistas. El episodio es conocido como la purificación del templo, aunque esta consiste, tal vez, solo en el primer paso de una purificación, es decir, echar fuera lo que está mal, dañado, enfermo, descompuesto.

Purificación personal y de la sociedad. Es la regeneración que el Señor ha hecho en nuestro corazón y la proclamación del reino que ha puesto en nuestras manos. Dios tiene la solución completa.

Fuente: texto de Xavier León Dufour

Domingo 9 de septiembre del 2018., modificado el Domingo 23 de febrero del 2020

¿Es posible cambiar?

VI

2:1-12

         Hace algún tiempo conversaba con una amiga que había dejado de ir a la iglesia y se había involucrado en algunas actividades de carácter místico. Creo que ella era una “buscadora”. Le pregunté por qué había dejado de ir y me dijo, refiriéndose a una congregación en particular, que le parecía que las personas no vivían cambios que surgieran de su interior, sino adaptaciones a una serie de obligaciones y rituales con los que debían cumplir. 

Cuando viví en Virginia conocí a un pastor que Dios había bendecido muy hermosamente entre los hispanos. Había levantado una congregación muy dinámica. Hablando acerca de su manera de trabajar me compartía que él primero discipulaba de manera personal a los nuevos creyentes y después de un año, aproximadamente, las llevaba a la iglesia. No antes. En el extremo opuesto se encuentra el ministerio del pastor Andy Stanley en Atlanta, uno de sus lemas es, traigan a sus amigos a la iglesia y nosotros nos encargamos de crear un ambiente propicio para que ellos se acerquen a Dios.

Nuestro tema de meditación no es la iglesia, sino el cambio. Aunque debemos reconocer que la iglesia tiene un lugar importante cuando hablamos del cambio espiritual. Un término muy actual para nosotros es transformación, para unos es algo muy serio y para otros es motivo de chunga, es decir, risa y diversión. Transformar es hacer que algo sea distinto sin que se cambien sus características esenciales. Pienso en H2O que puede tener una forma líquida, sólida, o gaseosa. En las personas que se someten a cirugías estéticas o reconstructivas o a un régimen alimenticio, en las que se compran ropa nueva o hacen ejercicio. Incluso en quienes deciden someterse a una cirugía de reasignación de sexo o de género. El texto de Juan 2 nos lleva al tema del cambio, de la transformación.

Pero antes de leer el texto de esta ocasión, me gustaría referirme a otro tipo de cambio, el cambio de sentido o de significado. Por ejemplo, con el tiempo las palabras van cambiando su significado, ampliación o restricción, o de acuerdo a la cultura, los símbolos pueden tener significados distintos. El significado de las palabras y de los símbolos son muy importantes.

Por último también hablamos de cambio de sentido, por ejemplo, de una calle, de una vida, de la historia.

Veamos:          

Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús se encontraba allí. También habían sido invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo:

—Ya no tienen vino.

—Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? —respondió Jesús—. Todavía no ha llegado mi hora.

Su madre dijo a los sirvientes:

—Hagan lo que él les ordene.

Había allí seis tinajas de piedra, de las que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada una cabían unos cien litros.

Jesús dijo a los sirvientes:

—Llenen de agua las tinajas.

Y los sirvientes las llenaron hasta el borde.

—Ahora saquen un poco y llévenlo al encargado del banquete —les dijo Jesús.

Así lo hicieron. El encargado del banquete probó el agua convertida en vino sin saber de dónde había salido, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Entonces llamó aparte al novio 10 y le dijo:

—Todos sirven primero el mejor vino y, cuando los invitados ya han bebido mucho, entonces sirven el más barato; pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora.

11 Esta, la primera de sus señales, la hizo Jesús en Caná de Galilea. Así reveló su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

12 Después de esto Jesús bajó a Capernaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos días.

El capítulo 2 inicia con el relato de la transformación del agua en vino. De cierta manera sigue siendo un texto que introduce al ministerio de Jesús, el relato de la primera de sus señales. Esta afirmación del evangelista nos conduce a la lectura y correcta comprensión del pasaje. Se trata de una señal, es decir, un acontecimiento que apunta más allá de sí mismo. De entrada entendemos que la transformación del agua en vino no tenía el propósito de proveer de vino a los novios, sino de manifestar la gloria de Jesús a través de una señal. Pero esto no es todo, porque debemos darle importancia al evento mismo, la celebración de una boda, la intervención de María, las tinajas ceremoniales, el vino, los sirvientes, el encargado del banquete, el novio. Pero también lo que no se dice, cómo se hizo el milagro, la ausencia del padre de la novia, la ausencia de la novia.

Se suele interpretar rápidamente el relato señalando la necesidad de un cambio espiritual, aplicando su significado a la vida personal. Jesús cambia nuestras aguas en un vino nuevo que es la nueva vida que él nos ofrece. Pero si bien es cierto la aplicación cabe, es sano para nuestra fe tener una perspectiva más amplia de lo que está sucediendo. Es decir, la culminación del viejo pacto y el inicio-cumplimiento del nuevo pacto y la nueva realidad que ese nuevo pacto significa para la humanidad. El pueblo de Dios ha recibido dones y bendiciones de Dios toda su historia, algo tiene que dar, las aguas de purificación que se colocan en las tinajas; pero no son suficientes, necesitan ser transformadas en la plenitud del reino de Dios, en vino nuevo y de alta calidad. La gloria de Jesús no se reduce a la atracción que podría despertar el milagro, sino lo que está haciendo, lo que está iniciando, lo que está trayendo a la vida de su pueblo y a partir de él a toda la humanidad. Los antiguos rituales de purificación no son suficientes, se trata de un cambio de gran envergadura.   Y este cambio sólo es posible cuando nuestra respuesta es similar a la de sus discípulos, creer en él.

Inicié nuestra meditación con el recuerdo de una conversación. Una persona que había abandonado la iglesia y un pastor que discipulaba a sus nuevos creyentes un año antes de llevarlos a la iglesia. Parece que no es de mucho agrado la esposa de Jesús. Pero en el texto de Juan, hay otro personaje femenino, María, la madre de Jesús: ella observa una necesidad y les indica a los siervos que deben obedecer a Jesús. Hay otra manera de ser parte de las señales, poniendo agua, probando el vino, invitar a Jesús a la boda, etc. Que la familia de Jesús no sea un obstáculo para que las personas crean en él, que su familia sea testimonio de la misma luz y proclame la misma realidad del cambio que él vino a hacer.

Domingo 9 de septiembre del 2018, modificado el Domingo 16 de febrero del 2020

Ser discípulo II

V

1:43-51

En un libro muy interesante intitulado, La filosofía judía, una guía par la vida, Hilary Putnam, escribe: “Las religiones son comunitarias y arrastran una larga historia, pero la religión también debe ser un asunto personal; de lo contrario, no es nada.” Lo que quiere decir Putnam es que tener creencias religiosas es vivir de cierta manera. Vino a mi mente la frase de este libro al leer el último párrafo del primer capítulo del Evangelio de Juan.            

Al día siguiente, Jesús decidió salir hacia Galilea. Se encontró con Felipe, y lo llamó:

—Sígueme.

Felipe era del pueblo de Betsaida, lo mismo que Andrés y Pedro. Felipe buscó a Natanael y le dijo:

—Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas.

—¡De Nazaret! —replicó Natanael—. ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?

—Ven a ver —le contestó Felipe.

Cuando Jesús vio que Natanael se le acercaba, comentó:

—Aquí tienen a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad.

—¿De dónde me conoces? —le preguntó Natanael.

—Antes de que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto.

—Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! —declaró Natanael.

—¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera? ¡Vas a ver aun cosas más grandes que estas!

Y añadió:

—Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

Dos personajes más se suman al grupo de seguidores de Jesús, Felipe y Natanael. Anteriormente hemos considerado las narraciones sobre el encuentro de Jesús con el Bautista, con Andrés y con Pedro. Este capítulo con carácter de introducción sólo menciona a estos cuatro y de Natanael no sabemos si es el mismo que el Bartolomé que se menciona en la lista de los doce (Mateo 10, Marcos 3, Lucas 6). Nunca vuelve a aparecer su nombre en Juan y no está en los sinópticos. Sin embargo, es un personaje muy importante en los primeros versos de la narrativa de Juan.

Los nombres de estos cinco varones nos emocionan y nos conmueven por su decisión de relacionarse con Jesús. Cada uno a su manera o a la manera de Jesús, para decirlo desde la manifestación de Jesús a cada uno de ellos.

Para el Bautista Jesús es (vs 15) el que es antes y más grande, el Hijo unigénito, (vs. 29) el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (vs. 34, 36) el Hijo de Dios.

Para Andrés Jesús es (vs. 38) Rabí. (vs. 41) el Mesías, el Cristo.

Para Pedro, aún no se registran palabras.

Para Felipe, Jesús es (vs. 45) Jesús de Nazaret, hijo de José, de quien hablaron las escrituras.

Y para Natanael, Jesús es (vs. 49) Rabí, Hijo de Dios, Rey de Israel.

Para mexicanos del siglo XXI estas afirmaciones pueden resultar muy extrañas y lejanas. Para nuestros personajes fueron sin duda, un reto mayúsculo porque están relacionadas con la esperanza y la desesperanza de su tiempo. Ya habían surgido personajes que dijeron ser el Mesías y habían fracasado rotundamente. En esos mismos días había sectas con pretensiones mesiánicas, como los zelotes o el mismo Bautista. Pero también había personas frustradas y desesperanzadas que pensaban que Dios se había olvidado de ellos. La fe de Israel estaba reducida a sacrificios, rituales y mandamientos y los intereses de este mundo habían logrado penetrar entre las autoridades del templo.

Pero algunos dieron los primeros pasos de una fe incipiente que poco a poco irá creciendo y aclarándose, aunque no todos seguirían el camino. El Bautista tendrá un trágico final, Andrés, Pedro y Felipe serán una parte de los doce y de Natanael no sabemos a ciencia cierta su futuro. La narrativa nos da una perspectiva amplia, el inicio y el fin; no así en la vida de cada uno de nosotros y de aquellos con quienes dimos los primeros pasos. Como bien se dice en el mundo del deporte, lo importante no es empezar sino terminar la carrera. 

El sentido del capítulo 1 de Juan no solamente es señalar la identidad y la tarea de Jesús. El evangelio muestra claramente la missio Dei, es Dios quien está actuando en Jesús y también muestra claramente que la misión de Jesús nos atañe de manera personal, demanda de cada uno de nosotros una respuesta y un relación. Muchos han iniciado la carrera, pero en el camino han cambiado de dirección, ¿por qué?. Las respuestas pueden ser tan diversas como las personas, lo importante es que nunca debemos perder de vista que se trata de una relación personal con Jesús. Él nunca nos defrauda, él nunca nos abandona, ni nos miente, ni nos traiciona; pero sí es fundamental que creamos en el Jesús de la Biblia, el que viene a nuestro encuentro y nos sigue diciendo: sígueme.

Domingo 4 de junio del 2000, modificado el Domingo 9 de febrero del 2020

Ser discípulo

IV

1:35-42

            Seguir a Jesús en el tiempo actual enfrenta muchas barreras, algunas prevalecen en el tiempo, hay diferentes caminos que las personas siguen para encontrar un sentido a su vida o saciar su sed espiritual. Se integran a diferentes grupos o religiones. En nuestro tiempo sabemos que el seguir a Jesús se enfrenta al ateísmo de quien no cree, al desgaste del cristianismo golpeado por diferentes flancos y a la oferta de movimientos religiosos antiguos o modernos, sin dejar de mencionar a los nuevas corrientes del cristianismo que están en la línea entre lo falso y lo verdadero. A todo ello debemos añadir el rechazo que hay en muchos corazones y las expectativas que mueven a cada uno cuando damos el paso de seguir a Jesús. A diferencia del judaísmo, desde su nacimiento el cristianismo fue un movimiento expansivo. De tal manera que fe cristiana y misión son dos caras de una misma moneda. Una característica de ser un seguidor de Jesús es ser partícipe de la misión de Jesús. La especialización a que ha dado lugar el desarrollo del cristianismo dejó en manos de algunos pocos el privilegio de compartir a Jesús: los misioneros, los evangelistas, los pastores. No debe ser sí, todo el que sigue a Jesús es parte de la misión de Dios, la misión de Cristo, que, de acuerdo a lo visto hasta este momento en el evangelio de Juan, es ver en Jesús al Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

            Jesús no formó un grupo de congregantes, sino un grupo de personas que lo acompañaran en su misión. Hoy, para muchos ser cristiano es congregarse en algún lugar para tener algún tipo de celebración religiosa. Juan nos enseña que los primeros seguidores del Maestro se sumaron a un movimiento, a un grupo de personas que tenían un gran tarea que cumplir. Veamos

35 Al día siguiente Juan estaba de nuevo allí, con dos de sus discípulos. 36 Al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo:

―¡Aquí tenéis al Cordero de Dios!

37 Cuando los dos discípulos le oyeron decir esto, siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó:

―¿Qué buscáis?

―Rabí, ¿dónde te hospedas? (Rabí significa: Maestro).

39 ―Venid a ver —les contestó Jesús.

Ellos fueron, pues, y vieron dónde se hospedaba, y aquel mismo día se quedaron con él. Eran como las cuatro de la tarde.

40 Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que, al oír a Juan, habían seguido a Jesús. 41 Andrés encontró primero a su hermano Simón, y le dijo:

―Hemos encontrado al Mesías (es decir, el Cristo).

42 Luego lo llevó a Jesús, quien, mirándolo fijamente, le dijo:

―Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro).

El Bautista es privilegiado porque puede ver y entender. No siempre sabemos ver y entender. En el párrafo anterior Juan ve venir hacia él a Jesús y lo identifica como el Cordero de Dios, en el verso 35 solamente dice que Jesús pasó por ahí, pero Juan vio y entendió. Hay dos verbos en el texto que son importantes, ver y encontrar.  Nosotros hemos sido dotados del maravilloso don de la vista y también de nuestro entendimiento. Sin embargo, el evangelista dirá más adelante, bienaventurados los que no vieron y creyeron. Los que solamente han oído (vs. 40). Porque la fe viene por el oír, de acuerdo a la Carta a los Romanos.

Sin embargo de acuerdo al texto no siempre es clara nuestra comprensión de Jesús: Juan lo identifica como el Cordero de Dios, los dos primeros seguidores le llaman Rabí o Maestro, y posteriormente Andrés le llama el Mesías. De cierta manera todos recorremos la misma trayectoria para ir comprendiendo mejor quién es Jesús. Nosotros hemos aprendido que Jesús es nuestro salvador, nuestro señor, nuestro maestro y nuestro pastor. El determinante posesivo establece una  relación personal, esa relación hace toda la diferencia y marca la trascendencia de nuestra relación con él.

La primera pareja de discípulos son seguidores del Bautista. No son personas desinteresadas; por el contrario, son, como se les llama hoy, buscadores. Los buscadores pueden estar un poco más cerca, aunque no siempre. Recordemos el caso del joven rico que quería la vida eterna pero amaba más sus posesiones. Hoy, el renacimiento del interés en la religión o lo espiritual, no siempre acerca a las personas a Jesús, en algunas ocasiones los aleja.  Pero es necesario que realmente puedan entender quién es Jesús, ya que en ocasiones se le ve envuelto en una gran cantidad de fake news (noticias falsas).  

Como Andrés y el otro discípulo de Juan todos tenemos antecedentes espirituales, tal vez Jesús nos encuentre siguiendo a otros y respondiendo a otras inquietudes. Es Andrés quien identifica a Jesús como el Mesías, es también él quien funge como un primer comunicador, lleva a Pedro con Jesús. A Pedro, su hermano. El fuego inicia con una muy pequeña llama, pero poco a poco se va extendiendo a través del contacto personal de los primeros seguidores. El Señor utiliza al Bautista para que dos de sus discípulos sigan al Maestro; utiliza a Andrés para que Pedro conozca a Jesús Dios utiliza el testimonio personal como un instrumento idóneo para traer a otros al conocimiento del Hijo.

Hay otro término interesante en el texto. Los discípulos de Juan le preguntan a Jesús en dónde mora y él los invita a que lo vean con sus propios ojos y enseguida una simple frase nos enseña un cambio cualitativo en la relación: se quedan a morar con él. La hora de la tarde parece un dato intrascendente, pero significa que se ha cumplido el tiempo para que ellos moren con Jesús. Hace algunos años una persona me dijo, “cómo lamento no haber conocido a Cristo hace muchos años”, en realidad no hay nada que lamentar, porque cada uno lo conoce cuando es el tiempo para que lo conozca y para que se quede a morar con él. La iglesia necesita morar con Jesús, vivir con él, conversar por la mañana y por la tarde, dormitar y servir.          

            El texto nos confronta con nuestro seguimiento a Jesús, con lo que podamos oír y entender, nos desafía a morar con él y sumar a otros para que la luz resplandezca en sus vidas y la llama siga creciendo en medio de tanto obstáculos y desafíos.

Domingo 4 de junio del 2000, modificado el Domingo 2 de febrero del 2020

El Cordero de Dios

III

1:29-34

Lectura previa Apocalipsis 5 NVI

En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: «¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?» Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho, porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido. Uno de los ancianos me dijo: «¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos».

Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban este nuevo cántico:

«Digno eres de recibir el rollo escrito
    y de romper sus sellos,
porque fuiste sacrificado,
    y con tu sangre compraste para Dios
    gente de toda raza, lengua, pueblo y nación.
10 De ellos hiciste un reino;
    los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios,
    y reinarán sobre la tierra».

11 Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era millares de millares y millones de millones. 12 Cantaban con todas sus fuerzas:

«¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado,
de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría,
la fortaleza y la honra,
la gloria y la alabanza!»

13 Y oí a toda criatura que hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban:

«¡Al que está sentado en el trono y al Cordero,
sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder,
    por los siglos de los siglos!»

14 Los cuatro seres vivientes exclamaron: «¡Amén!», y los ancianos se postraron y adoraron.

Todos quisiéramos quitar algunas cosas de nuestra vida, personas que nos han hecho daño, enfermedades crónicas, responsabilidades que no queremos asumir, y con toda seguridad hay cosas que quisiéramos quitar de la sociedad, por ejemplo, la violencia, y las epidemias. Sin embargo, es poco lo que realmente podemos hacer frente a realidades que nos superan, aunque hay historias ejemplares de esfuerzos individuales que han logrado grandes beneficios. Recuerdo ahora la escena de un joven que pasaba un buen tiempo cada mañana rescatando estrellas de mar en la playa, esfuerzo que a los ojos de un testigo resultaba totalmente infructuoso, por ello le pregunta, ¿crees que vas a lograr algo importante con tu esfuerzo? El joven lo miró y le contestó, para ella –mostrando una estrella en su mano- es importante.

Veamos el texto de esta ocasión a la luz de aquello que quisiéramos quitar de nuestra vida.

29 Al día siguiente Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo: «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! 30 De este hablaba yo cuando dije: “Después de mí viene un hombre que es superior a mí, porque existía antes que yo”. 31 Yo ni siquiera lo conocía, pero, para que él se revelara al pueblo de Israel, vine bautizando con agua».

32 Juan declaró: «Vi al Espíritu descender del cielo como una paloma y permanecer sobre él. 33 Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu desciende y permanece es el que bautiza con el Espíritu Santo”. 34 Yo lo he visto y por eso testifico que este es el Hijo de Dios».

Este pequeño pasaje, parte del llamado Prólogo del Evangelio de Juan es profundamente significativo. Cada palabra abre una nueva ventana a una nueva realidad: Cordero de Dios, pecado, mundo, pre-existencia, revelación, bautismo en agua y en el Espíritu, Espíritu, cielo, Hijo de Dios.

Hace algunas semanas leía un artículo periodístico de un compañero que tuve en la Facultad de Filosofía en el que diferenciaba entre filósofos de ideas y filósofos de conceptos. Aquí lo que tenemos es un caudal de conceptos que son el centro de las verdades más profundas del Nuevo Pacto. Con estos conceptos aprendemos a ver y entender nuestra vida desde los ojos de Dios.

Aunque sería una enorme bendición entrar al fondo de cada una de estos conceptos hoy solo vamos a meditar sobre el pecado y el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Porque indudablemente si hay algo que quisiéramos quitar del mundo es el pecado; pero nos declaramos desde un principio incapaces de emprender una empresa tan enorme. Porque si fracasamos para hacer frente a nuestro pecado personal, no podemos ni imaginar lo que significa quitar el pecado del mundo.

Sabemos que el pecado es despropósito, transgresión, y omisión del bien. Pecado es ruptura, separación, y en este pasaje de Juan, la idea fundamental del pecado es el rechazo de la luz de Dios. Porque es difícil de comprender que lo que debiéramos aceptar es lo que rechazamos, Juan ha dicho, “a los suyos vino y los suyos no lo recibieron”. Es la tragedia mayor de la humanidad, rechazar la luz de Dios, separarnos de él. Una condición generalizada y no sólo personal, por eso Juan se refiere al mundo y no a una persona en lo particular. Jesús, el Cordero de Dios, extiende sus manos, abre su corazón, sana a los enfermos, libera a los oprimidos espirituales, ofrece el perdón a los que han sido sorprendidos en su pecado, y llama a volver nuestro rostro al Señor. El Evangelio y el Apocalipsis de Juan están llenos de referencias a la obra del Cordero, y en el libro de la revelación tendrá una presencia central, gran guerrero de nuestra salvación y vencedor, declarado Rey de reyes y Señor de señores.

  • Cordero de Dios: quita el pecado del mundo.
  • El hombre anterior al Bautista: bautiza  en el Espíritu Santo. Y finalmente,
  • Hijo de Dios. Esta afirmación apunta tanto a su deidad como a su identificación con el Mesías.

Domingo 4 de junio del 2000, Domingo 26 de enero del 2020

El testimonio de una vida

II

1:19-51

            El pueblo de Israel conserva dos grandes figuras de su historia, Moisés, el gran libertador y el rey David. Pero hay un personaje que prácticamente pasa inadvertido, Salomón. ¿Por qué? La razón es simple, aunque los dos próceres judíos que hemos mencionado cometieron graves errores en su vida, es a Salomón a quien no se le perdona que al final de sus días haya permitido o propiciado la idolatría. El centro de la fe de Israel es la fidelidad al Único Dios Verdadero.

Otra figura excepcional y que representa una bisagra entre el viejo y el nuevo pacto es Juan el Bautista, el precursor. Su alimentación, su estilo de vestir, su lugar de residencia y su propósito de vida fueron peculiares. Podemos imaginar las conversaciones con sus amigos y familiares cuando estaba definiendo su proyecto de vida. Juan había decidido responder a un llamado superior y se había enfilado hacia el desierto, su parroquia, para ejercer su ministerio profético, como se define a sí mismo, una voz que clama en el desierto. Juan no toma los caminos conocidos ni mas exitosos: no es un fariseo, no es un saduceo, no es un sacerdote. Él es, simplemente, la voz del que clama en el desierto. Una voz crítica, una voz que convoca, una voz que anuncia y que propone. Una voz que es segunda voz, él no es el Mesías, no es Elías, no es el profeta.   

El Precursor modela un estilo de vida testimonial. Se trata del testimonio de una vida. Sin duda, su ejemplo nos abre un horizonte desafiante para continuar con la transformación de nuestra vida, porque si bien él es antes de Cristo, es Jesús la clave de toda su existencia.

Veamos entonces al Precursor con este marco, pero antes de entrar de lleno a nuestro texto, debemos releer los versos 6 al 8 y 15 del párrafo anterior.

Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz

15 Juan dio testimonio de él, y a voz en cuello proclamó: «Este es aquel de quien yo decía: “El que viene después de mí es superior a mí, porque existía antes que yo”». 

            El Precursor es un hombre enviado por Dios como testigo de la luz con el propósito de  que todos creyeran. Simple, profundamente simple. Les desafío en que en una frase resuman el propósito de su vida. Veamos el texto de hoy.

19 Este es el testimonio de Juan cuando los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a preguntarle quién era. 20 No se negó a declararlo, sino que confesó con franqueza:

—Yo no soy el Cristo.

21 —¿Quién eres entonces? —le preguntaron—. ¿Acaso eres Elías?

—No lo soy.

—¿Eres el profeta?

—No lo soy.

22 —¿Entonces quién eres? ¡Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron! ¿Cómo te ves a ti mismo?

23 —Yo soy la voz del que grita en el desierto: “Enderecen el camino del Señor”—respondió Juan, con las palabras del profeta Isaías.

24 Algunos que habían sido enviados por los fariseos 25 lo interrogaron:

—Pues, si no eres el Cristo ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?

26 —Yo bautizo con agua, pero entre ustedes hay alguien a quien no conocen, 27 y que viene después de mí, al cual yo no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias.

28 Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del río Jordán, donde Juan estaba bautizando.

            En los versos 19 al 22, Juan responde con negativas al interrogatorio. Parte de una primera negación, yo no soy el Cristo, y de acuerdo a las preguntas siguientes niega ser el profeta o Elías. Las preguntas no son casuales, se trata de personajes asociados a los tiempos mesiánicos. Las respuestas confunden a los enviados por las autoridades de Jerusalén, porque la expectativa es mesiánica. Pero estas primeras respuestas nos colocan en dirección a nuestro tema de hoy, el testimonio de una vida. Y para empezar es muy bueno saber quiénes no somos.

            No somos un personaje del pasado, aunque nunca dejamos de estar vinculados al pasado; pero tampoco somos el contenido de nuestro testimonio, porque ciertamente, la vida no se trata de nosotros. Desde Juan notamos que el cumplimiento de la profecía del Mesías se enlaza con las promesas dadas a Israel; pero son transformadas a la luz de lo nuevo que Dios está haciendo.

En el verso 23 el Precursor ofrece una respuesta positiva de sí mismo. Es una voz que clama en el desierto. El evangelista lo relaciona con Isaías, el gran profeta de Israel. Su mensaje es un llamado a enderezar las sendas, es decir, colocarse en dirección a la obra de Dios, a lo que está por venir. Juan tiene muy claro quién es él. La voz del que clama y su mensaje y su estilo de vida son perfectamente congruentes, es un llamado a enderezar la senda y un llamado al arrepentimiento. La mejor manera de abrirle paso a la luz que viene a este mundo.

El texto es claro, Juan no es el Mesías, pero tiene una tarea que cumplir, preparar el camino al Señor. El testimonio de Juan es inspirador, se trata de un hombre, un hombre enviado por Dios, con una tarea que apunta más allá de sí mismo y con un estilo de vida contrastante con el de su tiempo. Vive en el desierto, viste con pieles de camello, come miel silvestre y termina con su cabeza en un plato. Pareciera una historia fracasada, poco inspiradora; pero se trata del testimonio de una vida.

Es el ejemplo profético, entender nuestra vida como un testimonio. Lo que no somos y lo que si somos en la dimensión del propósito de Dios para nuestra vida y para su misión en el mundo.

Prólogo

I

1:1-18

¿Quién es Jesús? Tal vez sería un poco más certero preguntar, ¿quién es Jesucristo? O ¿quién es el Señor Jesucristo? O, ¿Jesús, llamado el Cristo? Al meditar en esta pregunta recordaba una experiencia reciente con mi hermana Rebeca en un grupo pequeño,  Empezamos a hablar de nuestro papá, y al escucharla yo me preguntaba ¿de quién está hablando? Posteriormente leía en el Whats de nuestra familia, expresiones de mi hermano Romeo sobre mi papá e igualmente, yo me preguntaba, ¿de quién está hablando? Nuestros hijos, podían expresar muy poco, apenas atisbos de recuerdos, mi papá murió cuando ellos eran muy pequeños. Lo cierto es que cada uno ha escrito una historia diferente de su relación con papá. ¿Cuál de ellas es la verdadera? Creo que algo parecido sucedió con los primeros cristianos,  cada comunidad, bajo la guía de un testigo ocular o de un investigador acucioso, fue escribiendo su historia y al Espíritu Santo no le preocupó que hubiera una cierta pluralidad de relatos, por el contrario, él estaba presente en cada caso.

Pero alguien podría esgrimir una vieja fotografía y decir, miren, no se compliquen la vida, este era mi papá. Sin embargo, la fotografía muestra un instante en el tiempo, un momento. Algunos que somos vanidosos lo sabemos muy bien, porque guardamos y mostramos la mejor fotografía. De tal forma que, alguien podría decir ¿de veras eres tú? Una pregunta del todo inapropiada.

Es por eso que no tenemos una imagen de Jesús, sino cuatro relatos o evangelios. Juan ha sido considerado, históricamente, como un relato especial, diferente a los otros tres, llamados evangelios sinópticos. Juan tuvo su propia y única relación con Jesús. Sabemos que abrevó de diversas fuentes para completar su obra y que tuvo tiempo suficiente para meditar y reflexionar en lo que él había vivido. Agradezco a Dios la pluralidad de las cuatro historias porque enriquecen nuestro conocimiento de Jesús. Y, es mi oración, que enriquezcan nuestra relación con él. Una relación que no se limita al conocimiento de los evangelios, ya que demanda algo más.

Este prólogo al prólogo, requiere algo más. Unas palabras acerca de Missio Dei.   Hace años escuché que la iglesia católica había contratado a un gurú de la administración, porque estaba muy preocupada en razón del descenso en el número de fieles y de vocaciones sacerdotales. Quería un diagnóstico y una solución. El especialista recorrió todos los ámbitos de la iglesia formulando una sola pregunta: ¿cuál es la tarea o misión de la iglesia? Al final de la investigación reportó que el problema consistía en que la iglesia no sabía cuál era su misión. ¿Cuál es la tarea de la iglesia? ¿Su misión? Tampoco los evangélicos estamos de acuerdo, que la gente se sane, que la gente prospere, que la gente se salve. Pero hay una pregunta previa, cuál es la misión de Dios, porque la misión de la iglesia debe de estar alineada a la misión de Dios. Y dado que nosotros somos cristianos, la única manera en que se puede responder a esta pregunta es respondiendo a una segunda, ¿cuál es la misión de Jesús, llamado el Cristo? ¿Missio Christi? Y en consecuencia también deberemos preguntarnos cuál es la misión del Espíritu Santo. De tal forma que la primera de las tres preguntas es la que tienen que ver con Jesús. Una pregunta de la que ya tenemos una respuesta pero en la que profundizaremos al acercarnos al evangelio de Juan.

El evangelista es más que un cronista, va a la historia con gran profundidad, y paulatinamente va develando una personalidad con un significado inigualable. Juan pone las cartas sobre la mesa casi al final de su evangelio, su propósito es no sólo conducirnos al conocimiento de la persona de Jesús, sino a que creamos en él (20:1)

El prólogo, los versos 1 al 18, es con toda seguridad, uno de los textos más profundos de todo el Evangelio.

En el principio ya existía el Verbo,
    y el Verbo estaba con Dios,
    y el Verbo era Dios.
Él estaba con Dios en el principio.
Por medio de él todas las cosas fueron creadas;
    sin él, nada de lo creado llegó a existir.
En él estaba la vida,
    y la vida era la luz de la humanidad.
Esta luz resplandece en las tinieblas,
    y las tinieblas no han podido extinguirla.

Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo.

10 El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. 11 Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. 12 Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. 13 Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.

14 Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

15 Juan dio testimonio de él, y a voz en cuello proclamó: «Este es aquel de quien yo decía: “El que viene después de mí es superior a mí, porque existía antes que yo”». 16 De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia, 17 pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer.

Él es el Verbo (1-8)

Los primeros ocho versos presentan al Jesús preexistente.  El Espíritu Santo lo revela como el Verbo o la Palabra y como la luz en la que se encuentra la vida. Juan se remonta al principio y presenta a Jesús como el Verbo que está con Dios y es Dios. 

  • Jesús es el Verbo. Los primeros tres versos afirman del Hijo: a) que ya era en el principio, b) que era con Dios y c) que era Dios.  A diferencia de la cultura de su tiempo, Juan señala que el Verbo es un ser personal que está con, que tiene existencia propia y que actúa.  Es Palabra que crea.  Todas las cosas fueron hechas por medio de él y no hay nada cuya existencia preceda a su acción creadora.  La Palabra actúa a lo largo de todo el Evangelio revelando y salvando.
  • Jesús es la luz.  En el Verbo o la Palabra estaba la vida.  Por ello su acción trae a la existencia lo que no era, da vida y luz a los hombres.  El relato del Génesis parece acompañar el corazón del evangelista.  Un mundo que estaba en tinieblas (Gn 1:2) recibe la luz, una luz que es el Verbo, la Palabra, Dios.  Todo el Evangelio va a mostrar la lucha entre la oscuridad y la luz y da testimonio de la victoria de la luz sobre la oscuridad. El primer testigo de esta verdad es el Bautista, quien tiene la encomienda de Dios de abrir el camino al Hijo.

Juan nos dice, Jesús, llamado el Cristo, es la Palabra que crea, revela y salva; es vida y luz. Así ha sido desde el principio y lo es ahora, cuando llega a visitar lo íntimo de cada corazón.

Él es el Hombre (9-18)

Juan señala la deidad de Jesucristo en los primeros versos de su Evangelio, y enseguida presenta la encarnación de Dios.  La Palabra viene al mundo y toma la naturaleza humana; no deja de ser Dios y se hace plenamente hombre. 

  • La luz viene al mundo.  Su misión incluye a todo hombre, por su naturaleza la luz alumbra.  Sin embargo la respuesta del mundo fue adversa.  Dice Juan que el mundo no le conoció, lo que significa que rechazaron abiertamente a su persona y a su misión. Sin embargo, los que le reciben, permiten que su bendición les alcance al ser hechos hijos de Dios.
  • El Verbo se hace carne. El Verbo que es Dios, toma la naturaleza humana y pone su tienda entre los hombres.  Como el tabernáculo que acompañaba a Israel en su peregrinar.  La encarnación del Hijo encierra dos grandes verdades: a) En primer lugar la absoluta identificación de Dios con la humanidad.  El toma su naturaleza con todas sus características: sufre, tiene hambre, tiene sed, llora. b) En segundo lugar, revela a Dios.  Juan y todos los testigos ven la gloria de Dios, llena de gracia y de verdad.  Es el Hijo quien nos revela al Padre.

El Verbo viene al mundo, toma la naturaleza humana y revela al Padre.  Viene al corazón de cada mujer o varón que cree en él. Llega como luz para que, los que le reciban, sean engendrados como hijos de Dios, por su voluntad.

Hoy Domingo nos hemos despertado con algunas noticias de la mayor importancia: la situación con Irán por el asesinato de uno de los generales de su ejército, los devastadores incendios en Australia, el juicio a un productor de cine que abusó sexualmente de decenas de mujeres, la división de la Iglesia Metodista Unida de los Estados Unidos entre aquellos que favorecen al matrimonio igualitario y los que se oponen a él. Y a estas noticias podemos agregar las personales. Es el mundo al que Jesús viene como luz y como Dios hechos hombre, encarnado. Es la misión de Dios, la missio Dei, la misión de la iglesia.

La luz vino al mundo

Domingo 4 de junio del 2000, modificado el Domingo 5 de enero de 2020